Justificados, Redención, Propiciación

Romanos   •  Sermon  •  Submitted
0 ratings
· 814 views
Notes
Transcript

Justificados, Redención, Propiciación

Romanos 3:21–26 NBLA
21 Pero ahora, aparte de la ley, la justicia de Dios ha sido manifestada, confirmada por la ley y los profetas. 22 Esta justicia de Dios por medio de la fe en Jesucristo es para todos los que creen. Porque no hay distinción, 23 por cuanto todos pecaron y no alcanzan la gloria de Dios. 24 Todos son justificados gratuitamente por Su gracia por medio de la redención que es en Cristo Jesús, 25 a quien Dios exhibió públicamente como propiciación por Su sangre a través de la fe, como demostración de Su justicia, porque en Su tolerancia, Dios pasó por alto los pecados cometidos anteriormente, 26 para demostrar en este tiempo Su justicia, a fin de que Él sea justo y sea el que justifica al que tiene fe en Jesús.
Lutero no es conocido tanto por la doctrina de la elección como por la doctrina de la justificación solo por fe, porque fue esa doctrina la que originó la controversia más profunda en la historia de la cristiandad; esa controversia que provocó la Reforma Protestante del siglo XVI y la frase popular que salió de ahí: ‘Sola Fide’. Es decir, esa justificación es solo por la fe.

Justificación

Doctrina de la iglesia cristiana que habla del acto de gracia de Dios de traer al pecador a una correcta posición y relación con Él. La justificación no se basa en la dignidad o méritos del pecador, sino en los méritos y dignidad de Jesucristo, que expió el pecado. Pablo escribió ampliamente sobre la justificación en sus cartas a los Romanos y a los Gálatas.
la razón por la que Lutero, consideró que otros asuntos teológicos eran insignificantes en comparación con esto, fue porque lo que estaba en juego aquí era nada menos que el Evangelio mismo, porque la doctrina de la justificación responde a la pregunta que recordamos que fue planteada al apóstol Pablo por el carcelero de Filipos: «¿Qué debo hacer para ser salvo?».
Hechos de los Apóstoles 16:30 NBLA
30 y después de sacarlos, dijo: «Señores, ¿qué debo hacer para ser salvo?».
La doctrina de la justificación aborda nuestra situación más grave como seres humanos caídos. Y el problema que aborda, en última instancia, es el problema de la justicia de Dios. Y el problema es este, simplemente: Dios es justo y nosotros no. 
Y así como David se preguntó en la antigüedad:
Salmo 130:3 NBLA
3 Señor, si Tú tuvieras en cuenta las iniquidades, ¿Quién, oh Señor, podría permanecer?
Ahora, obviamente esa es una pregunta retórica y la respuesta es que nadie podría soportar el escrutinio divino. Si Dios extendiera la vara de medir de su justicia y con esa norma evaluara tu vida y mi vida, ambos pereceríamos porque no somos justos.
Y muchos de nosotros pensamos que la forma de resolver este problema es solo trabajando más duro, tratar con mayor urgencia de ser buenas personas y hacer lo mejor que podamos, y eso debiera ser suficiente cuando llegamos al tribunal de Dios.
Y eso para mí es el gran mito de la cultura popular que incluso ha penetrado en la iglesia; que la gente realmente todavía cree que puede abrirse camino al cielo o ganarse el favor de Dios, a pesar de que tenemos la advertencia certera en las Escrituras de que por las obras de la ley nadie será justificado. 
Romanos 3:20 NBLA
20 Porque por las obras de la ley ningún ser humano será justificado delante de Él; pues por medio de la ley viene el conocimiento del pecado.
Así que tenemos este problema: Dios es justo, nosotros no. Somos deudores que no podemos pagar nuestra deuda y sabemos que una forma de resolver el dilema no es por nuestras buenas obras.
Bueno, si por las obras de la ley nadie será justificado, y Dios no va a negociar su justicia, entonces ¿cómo es que vamos a resolver este dilema que tenemos? Por esta razón es que el Evangelio se llama ‘buenas nuevas’ o como Pablo presenta la doctrina de la justificación en su carta a los Romanos, él dice: ‘Ahora el Evangelio se revela desde el cielo’. Es la justicia de Dios la que se revela desde el cielo “por fe para fe”. “MAS EL JUSTO POR LA FE VIVIRÁ”.
Bueno, entonces hacemos la pregunta, «¿Qué es la justificación? Es una declaración legal por la cual Dios declara que las personas son justas.
Es decir, la justificación sólo puede ocurrir cuando Dios, quien él mismo es justo, se convierte en el justificador al decretar que una persona es justa delante de Él.
La doctrina más distintiva de la fe evangélica es la justificación por la fe sola. No hay ninguna otra religión en el mundo que tenga semejante enseñanza. No solo es una doctrina distintiva, sino que viene a ser la única solución al problema más importante de la humanidad: su propia injusticia y la ruptura de su relación con el Creador.

La justificación según la Biblia

Empecemos con una definición de la palabra justificar. En el lenguaje cotidiano usamos esta palabra muchas veces para hablar de cómo nosotros nos defendemos ante las acusaciones.
Por ejemplo, yo me justifico presentando evidencias y argumentos acerca de mi inocencia. Cuando me justifico, me declaro justo o inocente. Así usamos esta palabra en el día a día, pero en la Biblia se usa de otra manera.
En nuestras versiones aparece la palabra justificar como traducción de una palabra griega, dikaio, que muchas veces hace referencia no a una declaración del ser humano sobre sí mismo, sino a una declaración divina. Por ejemplo,
Romanos 5:1 NBLA
1 Por tanto, habiendo sido justificados por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo,
En este texto, y en otros más, el verbo se usa en la forma pasiva. Cuando el texto dice “justificados”, o “habiendo sido justificados”, significa que no nos justificamos a nosotros mismos, sino que es Dios quien nos justifica. Cuando Dios justifica, Él declara que una persona es justa.
Esta declaración divina es un acto forense. Es una declaración que Dios emite como juez. No se trata de un cambio o proceso dentro de la persona que recibe el veredicto. La palabra justificar se usa precisamente de esta manera legal o forense en varios pasajes bíblicos. Un ejemplo claro de este uso se encuentra en
Romanos 8:33–34 NBLA
33 ¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica. 34 ¿Quién es el que condena? Cristo Jesús es el que murió, sí, más aún, el que resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros.
Aquí se contempla a Dios como juez, y el apóstol Pablo menciona dos veredictos que puede emitir. Uno es condenar. La condena es claramente una declaración legal de culpa, sin tratarse de un proceso o cambio subjetivo en la persona condenada. Cuando Dios condena, simplemente mira la evidencia y emite su veredicto: culpable y merecedor del castigo correspondiente.
Paralelamente, cuando Dios justifica, emite una declaración legal sin requerir un proceso o cambio subjetivo en la persona justificada. Cuando Dios justifica, simplemente mira la evidencia y emite su veredicto: justo y merecedor de los privilegios correspondientes. De modo que la justificación es legal, puntual, y externa al ser humano. No se trata de un proceso de transformación interior.

El apuro del ser humano rebelde

¿A quién justifica Dios? De entrada, pensaríamos que Dios debe justificar a la gente buena. Puesto que Dios es un juez omnisciente, Él sabrá quién es bueno y quién no lo es y, siendo justo, suponemos que Dios debería justificar a las personas cuyo comportamiento es ejemplar e intachable, que son justas en sí mismas. No obstante, la Biblia pinta un cuadro muy oscuro de la humanidad y su injusticia. Pablo, en la misma carta a los Romanos, declara lo siguiente:
Romanos 3:10–12 NBLA
10 Como está escrito: «No hay justo, ni aun uno; 11 No hay quien entienda, No hay quien busque a Dios. 12 Todos se han desviado, A una se hicieron inutiles; no hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno.
Según el apóstol (y el Antiguo Testamento, del cual cita), no hay gente buena. Todos somos injustos, todos nos desviamos.
Nos ofendemos los unos a los otros y ofendemos a Dios cometiendo injusticias a menudo, no solamente con hechos externos, sino también con actitudes y disposiciones internas como el egoísmo, el orgullo, y el odio.
Si es así, ¿a quién puede justificar Dios? Si no siguiéramos leyendo el pasaje, podríamos concluir que, ante un Dios perfectamente justo, nadie será justificado. Pero la Biblia nos sorprende.
Romanos 4:5 NBLA
5 pero al que no trabaja, pero cree en Aquel que justifica al impío, su fe se le cuenta por justicia.
Según la Biblia, Dios sí justifica a personas. No a personas buenas, sino a personas “impías”, personas que precisamente no merecen ser declaradas justas, sino condenadas. ¡Esto es una muy buena noticia! Pero, ¿cómo puede ser? ¿No está Dios quebrantando su propia justicia al justificar a impíos
Proverbios 17:15 NBLA
15 El que justifica al impío y el que condena al justo, Ambos son igualmente abominación al Señor.

La solución: la imputación

Si Dios no hiciera nada más, sería injusto. ¿Qué es lo que Dios hace para que su veredicto no sea injusto? Tenemos una pista en un texto que hemos considerado ya.
Romanos 5:1 NBLA
1 Por tanto, habiendo sido justificados por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo,
La clave de la justificación es Jesús. Pablo amplía esta idea en
2 Corintios 5:21 NBLA
21 Al que no conoció pecado, lo hizo pecado por nosotros, para que fuéramos hechos justicia de Dios en Él.
Es gracias a Jesús que Dios justifica al impío, y esto es así porque Jesús obedece y muere en el lugar del pecador. Jesús era perfectamente justo. Si ha habido alguien en la historia que no mereció morir, esa persona fue Jesús. Jesús no había pecado (“al que no conoció pecado”); no obstante, Dios le trató como pecador (“lo hizo pecado”). Lo hizo pecado “por nosotros”, es decir, en el lugar del ser humano. Lo hizo para que “fuéramos hechos justicia de Dios en Él”.
Así, Dios puede justificar y satisfacer su justicia al mismo tiempo. Podemos resumirlo de esta manera: Dios trata a Jesús como impío (cuando Cristo muere en la cruz), y trata al impío como Jesús lo merece (cuando le son otorgadas todas las bendiciones de la vida eterna).
Este intercambio entre el creyente y Cristo se conoce como imputación. Por un lado, Dios atribuye la culpa de nuestro pecado a Cristo, y Cristo sufre las consecuencias de ella en la cruz. Por otro lado, Dios confiere la justicia de Cristo a nosotros, y considera los méritos o los merecimientos de Cristo como si fuesen nuestros. Dios realiza una transferencia doble: nuestro pecado se transfiere a Cristo, y la justicia de Cristo se transfiere a nosotros.
De modo que Dios justifica a impíos no con base en la justicia inherente en ellos, sino con base en la justicia de Cristo. Les justifica no por lo que ellos hacen, sino por lo que Jesús hizo.
¿Qué merece Jesús? La justificación: una declaración de haber obedecido perfectamente y, como consecuencia, todas las bendiciones celestiales, porque es digno de ellas. Jesús comparte este estatus y estas bendiciones con muchas personas (Ro. 4:1-8, 23-25; 5:12-21; 1 Co. 1:30; Fil. 3:7-9).

El rol de la fe

Ahora bien, no todo el mundo goza de este privilegio. ¿Quiénes son aquellos a quienes Dios justifica? Son los que creen, los que tiene fe:
Gálatas 2:16 NBLA
16 »Sin embargo, sabiendo que el hombre no es justificado por las obras de la ley, sino mediante la fe en Cristo Jesús, también nosotros hemos creído en Cristo Jesús, para que seamos justificados por la fe en Cristo, y no por las obras de la ley. Puesto que por las obras de la ley nadie será justificado.
La fe es una actitud de receptividad, dependencia, y confianza. Dios no nos justifica por lo que hacemos, por nuestros esfuerzos, o por nuestra obediencia (“obras de la ley”), sino por lo que Jesús hizo. La fe confía en Jesús y en su obra como suficiente para recibir la justificación de Dios (Ro. 3:28; 4:23-25; Ef. 2:8-10).
¿Qué papel tiene la fe exactamente en la justificación? ¿Podría ser que la fe misma nos hace dignos de la justificación? No, porque la fe, por definición, no es una obra.
Es precisamente la única actitud humana que le dice a Dios: “Yo no puedo; necesito que tú me salves” (ver
Lucas 18:9–14 NBLA
9 Dijo también Jesús esta parábola a unos que confiaban en sí mismos como justos, y despreciaban a los demás: 10 «Dos hombres subieron al templo a orar; uno era fariseo y el otro recaudador de impuestos. 11 »El fariseo puesto en pie, oraba para sí de esta manera: “Dios, te doy gracias porque no soy como los demás hombres: estafadores, injustos, adúlteros; ni aun como este recaudador de impuestos. 12 ”Yo ayuno dos veces por semana; doy el diezmo de todo lo que gano”. 13 »Pero el recaudador de impuestos, de pie y a cierta distancia, no quería ni siquiera alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: “Dios, ten piedad de mí, pecador”. 14 »Les digo que este descendió a su casa justificado pero aquel no; porque todo el que se engrandece será humillado, pero el que se humilla será engrandecido».
La fe mira fuera de sí, se concentra en su objeto y le abraza, confiando su destino a Él y aferrándose a su capacidad para salvar.
La fe, en este sentido, es como la mano vacía del mendigo que recibe una limosna. Extender la mano no le hace digno de recibir el donativo, sino que éste se da puramente por la bondad del dador. Lo único que hace la mano es recibir. Y la mano está precisamente vacía, no con un billete en la palma.    
Para los protestantes, el motivo de la justificación sigue siendo, exclusivamente, no nuestra propia justicia, sino la justicia de Cristo. Y cuando hablo de la justicia de Cristo, no estoy hablando de la justicia de Cristo en nosotros, estoy hablando de la justicia de Cristo por nosotros.
La justicia que Cristo logró en su propia vida de obediencia perfecta a la ley de Dios. En otras palabras, su justicia le confirió la bendición de Dios. Pero Dios cuenta la justicia que Él acumuló– la justicia que Él logró en su propia vida – no sólo para Cristo, sino para todos los que ponen su confianza en Él.
Ahora, eso es parte del motivo de la justificación. La otra parte del motivo de justificación es que Cristo satisfizo a cabalidad las sanciones negativas de la ley con su muerte sacrificial en la cruz.
Como he dicho muchas veces, somos salvos no sólo por la muerte de Jesús, sino también por la vida de Jesús. Y lo que ocurre aquí es una doble transferencia. Una doble imputación. De lo que estamos hablando cuando hablamos de imputación es de una transferencia legal. 
Cristo es el Cordero de Dios. Cuando Él va a la cruz y sufre la ira de Dios allí en la cruz, Él no está siendo castigado por ningún pecado que Dios encuentra en Él.
Pero es sólo después que Él toma voluntariamente sobre sí nuestros pecados – Él se convierte en el portador del pecado – que Dios entonces transfiere o cuenta o adjudica nuestros pecados sobre Jesús.
De eso trata la imputación. Es una transferencia legal para que Cristo asuma en su propia persona nuestra culpa. Dios transfiere nuestra culpa a Él. Es una transferencia. La otra transferencia es cuando Dios transfiere la rectitud de Cristo a nosotros.

¿Qué de Santiago capítulo 2?

Una objeción contra la descripción de la justificación dada aquí es que la Biblia dice que la justificación no es por la fe sola.
Santiago 2:24 NBLA
24 Ustedes ven que el hombre es justificado por las obras y no solo por la fe.
¿Será que los reformadores hace 500 años y los evangélicos desde entonces no se percataron de este verso? ¿Será que van en contra de la enseñanza explícita de la Biblia?
Hay que leer los textos en sus contextos. Santiago no está lidiando con el mismo problema que Pablo. Por un lado, Pablo argumenta con personas que piensan que tienen que aportar algo para efectuar su justificación. Por otro lado, Santiago está discutiendo con personas que piensan que se salvan por una profesión de fe meramente de palabras.
Santiago empieza el pasaje diciendo:
Santiago 2:14 NBLA
14 ¿De qué sirve, hermanos míos, si alguien dice que tiene fe, pero no tiene obras? ¿Acaso puede esa fe salvarlo?
¿Cuál era el problema al que se enfrentó Santiago? Había personas que decían que tenían fe en Jesús pero cuyas vidas no reflejaban esta fe de ninguna manera. Esta clase de fe, una fe que no transforma la vida, que no va secundada por hechos, es una fe que no vale nada.
En cambio, el verdadero creyente es una persona que dice que tiene fe y lo demuestra por lo que hace. La fe que salva no es solo de palabras. El corazón dispuesto a confiar en Cristo también está dispuesto a obedecerle.
Los protestantes siempre han dicho que las obras no son la base de la justificación. Es decir, Dios no nos justifica porque nuestras obras lo merecen.
No obstante, las obras son la evidencia de una fe verdadera. Si la fe es real, habrá obras que lo comprobarán. En este sentido, la justificación es por la fe sola, pero no una fe que está sola. Pablo mismo también lo afirma en
Gálatas 5:6 NBLA
6 Porque en Cristo Jesús ni la circuncisión ni la incircuncisión significan nada, sino la fe que obra por amor.
Romanos 2:6 NBLA
6 Él pagará a cada uno conforme a sus obras:
La clave para la vida cristiana
¿Por qué la fe no se encuentra sola en la vida de una persona justificada? Una de las razones es que la justificación por la fe, bien entendida, capacita para obedecer.
Es contraintuitiva, porque parece que la justificación sin obras debería dar lugar al libertinaje y a la desobediencia. Sin embargo, la justificación por la fe sola resulta ser la clave, la única fuente duradera de motivación, y el patrón a seguir para vivir la vida cristiana.
La justificación por la fe es la clave para la vida cristiana porque le da al creyente el derecho legal de participar en las bendiciones celestiales, incluyendo la obra santificadora del Espíritu (ver Gá. 3:6-14).
La justificación por la fe es también el motor que impulsa la fidelidad a Dios porque garantiza ser aceptado por Él, lo cual libera al creyente para obedecerle radicalmente, incluso arriesgando su vida, confiando que Dios estará siempre con él y obrará todo para bien (Ro. 5:1-5; 8:28-30).
Finalmente, la justificación por la fe provee el patrón para la vida cristiana porque en ella Dios muestra su misericordia y generosidad, lo cual motiva asimismo al creyente a mostrar misericordia y generosidad hacia los demás (Mt. 18:21-35).
Related Media
See more
Related Sermons
See more