Dios, el Juez justo

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1 Corinthians 4:1–5 RVC
Todos deben considerarnos servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios. Ahora bien, de los administradores se espera que demuestren ser dignos de confianza. Por mi parte, no me preocupa mucho ser juzgado por ustedes o por algún tribunal humano; es más, ni siquiera yo mismo me juzgo. Y aunque mi conciencia no me acusa de nada, no por eso quedo justificado; quien me juzga es el Señor. Así que no juzguen ustedes nada antes de tiempo, hasta que venga el Señor, el cual sacará a la luz lo que esté escondido y pondrá al descubierto las intenciones de los corazones. Entonces Dios le dará a cada uno la alabanza que merezca.

Introducción

Hay una tendencia natural del ser humano a sentirse dueño del otro, o al menos con el poder suficiente para enseñorearse de los demás. Pero hay una tendencia aún más fuerte que esta, y es la de sentirse juez, sentirse apto para evaluar y sentenciar de manera definitiva sobre la vida de los demás.
Es mucho más cómodo eludir el asumir responsabilidades y seleccionar representantes, para poner sobre ellos las cargas del trabajo y las evaluaciones y sentencias.
Pasaba mucho en mi época de colegio que cada vez que se necesitaba un delegado o representante, muy pocos se ofrecían y estaban dispuestos para asumir la responsabilidad y, por el contrario, la mayoría eludía el hacerlo, pero la situación se invertía cuando se trataba de opinar y emitir juicio sobre el trabajo del otro.
Es muy fácil para nosotros sacar a relucir lo malo e insuficiente en los demás, a la vez que somos muy poco dados a hacer esto con nosotros mismos, y mucho peor es que en reiteradas ocasiones evaluamos a los demás sobre estándares que nosotros mismos hemos creado.
Olvidamos muchas veces que nuestra posición se encuentra en subordinación a Dios, y que los parámetros y estándares de medición son puestos por Él.
Esto estaba pasando en la iglesia de corinto, los hermanos estaban cuestionando el ministerio del apóstol Pablo y poniendo en duda Su llamado, ya algo se nos ha dejado ver en lo que llevamos de la carta, y hoy veremos como el apóstol aborda a los hermanos para mostrarles el error de su proceder.

1. Dios es el amo (1 Cor. 4.1-2)

En los versículos uno y dos leemos:
1 Corinthians 4:1–2 RVC
Todos deben considerarnos servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios. Ahora bien, de los administradores se espera que demuestren ser dignos de confianza.
¿A quiénes se debe considerar servidores y administradores? El contexto nos ayuda a recordar que hay personas específicas de las que Pablo ha estado hablando aquí, a las que se les ha asignado una posición incorrecta, la de líderes o caudillos:
1 Corinthians 1:12 LBLA
Me refiero a que cada uno de vosotros dice: Yo soy de Pablo, yo de Apolos, yo de Cefas, yo de Cristo.
Las personas a las que Pablo se está refiriendo en el primer versículo del capítulo cuatro son Apolos, Cefas y él mismo. Como vemos en el primer versículo una de las primeras correcciones que el apóstol Pablo realiza es reiterar la posición que tienen los colaboradores de Dios, son siervos y administradores, no capitanes ni amos.
Cuando Pablo usa la palabra servidores aquí, está usando la misma palabra que se utilizaba para hablar de las personas que remaban en los barcos romanos. Por lo que podemos leer “nosotros no somos los capitanes, somos los esclavos a las órdenes del capitán, Cristo es el capitán”.
Esta palabra también era usada de manera más general para referirse a un esclavo de confianza que tenía a cargo la administración de los asuntos de su señor. Esta idea en unión a la palabra administradores nos refiere a la función específica de los esclavos de Cristo, evidentemente no es remar en las galeras romanas, sino que administrar, como los mayordomos de la antigüedad, los bienes, o “la casa” del amo. Pablo dice, los misterios de Dios.
Nuevamente Pablo usa la idea de los misterios de Dios. Como vimos en otra ocasión esto es, el Evangelio y todo lo que viene con el Evangelio:
Ephesians 3:5–6 RVC
misterio que en otras generaciones no se dio a conocer a la humanidad tal y como ahora se ha revelado a sus santos apóstoles y profetas por el Espíritu. Ahora sabemos que, por medio del evangelio, los no judíos son coherederos y miembros del mismo cuerpo, y copartícipes de la promesa en Cristo Jesús.
Colossians 1:26–27 RVC
el misterio que había estado oculto desde los tiempos antiguos, pero que ahora ha sido manifestado a sus santos, a quienes Dios quiso dar a conocer las riquezas de la gloria de este misterio entre los no judíos, y que es Cristo en ustedes, la esperanza de gloria.
Por lo tanto, aún cuando Pablo esta hablando particularmente de los encargados de exponer y dirigir a la iglesia de Cristo (ancianos-maestros), podemos extender todo lo que dice a los siervos de Dios en general, ya que todos hemos sido llamados a administrar en alguna medida lo que conlleva el vivir según el Evangelio.
Entonces, lo primero a destacar es que uno solo es el Amo y Señor, el dueño de todos, Cristo. De modo que todos los demás somos siervos, esclavos de este Señor y entre nosotros el Amo a distribuido funciones que deben ser desarrolladas según los estándares de Dios.
¿Qué se requiere, entonces, de los administradores de Dios? Pablo no dice que se requiere que sean exitosos, proactivos, con iniciativa, o algo por el estilo, él dice que lo que se requiere de los siervos de Dios es que sean hallados fieles.
Para ilustrar esto podemos recordar las palabras de nuestro Señor Jesús:
Luke 12:42–46 RVC
El Señor le respondió: «¿Quién es el mayordomo fiel y prudente, al cual su señor deja a cargo de los de su casa para que los alimente a su debido tiempo? Dichoso el siervo al que, cuando su señor venga, lo encuentre haciendo así. De cierto les digo que lo pondrá a cargo de todos sus bienes. Pero si aquel siervo cree que su señor va a tardar, y comienza a golpear a los criados y a las criadas, y a comer y beber y embriagarse, el señor de aquel siervo vendrá cuando éste menos lo espere, y a una hora que no sabe, y lo castigará duramente, y lo echará con los incrédulos.
Esta fidelidad es exclusiva del Amo, de aquel que es el dueño de todo, con esto en mente es que podemos pasar a considerar los siguientes puntos.

2. El juicio de Dios es superior al de cualquier tribunal humano (1 Cor. 4.3)

Leemos en el versículo 3:
1 Corinthians 4:3 RVC
Por mi parte, no me preocupa mucho ser juzgado por ustedes o por algún tribunal humano; es más, ni siquiera yo mismo me juzgo.
Si no tuviéramos los primeros versículos del capítulo cuatro, sería fácil emitir un juicio sobre el autor de esta carta y acusarlo de soberbia, pero podemos ver fácilmente que este no es el caso, muy por el contrario, es la consecuencia natural de lo expuesto en los dos primeros versículos. Si Dios es el Amo, el dueño de todo y en particular quien me ordenó la tarea de administrar para Él, no hay nadie, excepto Dios mismo que pueda emitir un juicio válido referente a la labor o ministerio que Dios encargó. En las mismas palabras de Pablo:
Galatians 1:10 LBLA
Porque ¿busco ahora el favor de los hombres o el de Dios? ¿O me esfuerzo por agradar a los hombres? Si yo todavía estuviera tratando de agradar a los hombres, no sería siervo de Cristo.
Esto que está haciendo Pablo tiene una doble utilidad:
La primera es que debemos ser cuidadosos de la manera en que evaluamos la labor del otro, ya que no somos los dueños de los demás ni quienes asignamos las tareas a realizar, sino que cada uno de nosotros estamos bajo la orden de Dios y a Él debemos fidelidad.
Lo segundo es recordar que no podemos buscar agradar a los hombres comprometiendo nuestra fidelidad a Dios. Existe la tentación constante de buscar la “paz” de la forma errada y pensar en que si le damos el gusto a quienes nos rodean todo estará bien, pero como leímos en la parábola de Jesús, no hay posibilidades de paz y alegría en la eternidad, si no guardamos los mandamientos de Dios con fidelidad, si no procuramos hacer la voluntad de Dios con diligencia.
En las conferencias de este fin de semana aprendimos que es necesario que los pastores deben predicar conforme a la voluntad de Dios y afrontar las consecuencias que esta disposición conlleve, al mismo tiempo los miembros de las iglesias deben orar por pastores que actúen de esta forma y someterse a la corrección de Dios, el consejo y consuelo que a través de ellos es dado.
Pero no solo el juicio externo queda sin utilidad, Pablo concluye el versículo tres diciendo: “ni siquiera yo mismo me acuso” y explica esta frase en el siguiente versículo:

3. Mis juicios no sirven delante de Dios (1 Cor. 4.4)

1 Corinthians 4:4 RVC
Y aunque mi conciencia no me acusa de nada, no por eso quedo justificado; quien me juzga es el Señor.
Así como los juicios externos pueden ser excesivos o insuficientes, los juicios propios también pueden serlo.
En este caso Pablo dice que su conciencia limpia no implica que este exento delante de Dios, es decir, no porque el considere que todo esta en orden referente a su servicio, está justificado, ya que no son los parámetros que el considere suficientes, puesto que quien le juzga es el Señor.
Una de las realidades que debemos mantener presentes es que Dios conoce hasta lo más profundo de nuestro corazón, por lo que el conoce de mejor manera nuestra condición delante de Él y por lo tanto no podemos descansar en nuestra propia conciencia, sino que en los méritos de Cristo.
Debemos tener el corazón que hace expresar al salmista lo siguiente:
Psalm 143:2 RVC
Pero no me juzgues con dureza, pues ante ti nadie puede justificarse.
Psalm 143:6 RVC
elevo mis manos hacia ti, pues tengo sed de ti. ¡Soy como tierra seca!
Tener en cuenta esto nos permitirá también orar:
Psalm 19:12–13 RVC
¿Acaso hay quien reconozca sus propios errores? ¡Perdóname por los que no puedo recordar! ¡No permitas que la soberbia domine a este siervo tuyo! ¡Líbrame de cometer grandes pecados, y nadie podrá entonces culparme de nada!
El punto que quiere hacer Pablo entonces es que ni los juicios externos (tribunales humanos), ni los juicios internos, son determinantes porque quien nos juzga es Jesús.
Esto hermanos no debe ser tomado con ligereza, porque como leímos en la parábola de Jesús, Dios no es sobornable, Él actúa con justicia, y dará a cada quien conforme a lo que se merezca.
No podemos usar esta idea de “nadie puede juzgarme, porque quien me juzga es el Señor”, como una escusa para hacer lo que me de la gana, ya que a diferencia de los juicios humanos que son temporales, la sentencia de Dios es eterna. (Y lo echará con los incrédulos).
Por esto es que somos invitados a esperar el justo juicio de Dios, y a procurar la alabanza del Señor y no la de los hombres:

4. La alabanza de Dios y no la de los hombres (1 Cor. 4.5)

Para dar una conclusión práctica, Pablo cierra este argumento de la siguiente manera:
1 Corinthians 4:5 RVC
Así que no juzguen ustedes nada antes de tiempo, hasta que venga el Señor, el cual sacará a la luz lo que esté escondido y pondrá al descubierto las intenciones de los corazones. Entonces Dios le dará a cada uno la alabanza que merezca.
Como ya hemos podido ver aquí, este «no juzguen nada antes de tiempo», tiene que ver con la atribución de sentirnos con la capacidad de juzgar como Dios a manera de condenar definitivamente la labor de alguno de los siervos de Dios. No se refiere a aplicar el juicio que se nos manda realizar para procurar la pureza de la iglesia (1 Cor 5; el caso de inmoralidad sexual), que es con propósitos formativos y correctivos y sobre temas que evidentemente son contrarios a la voluntad de Dios.
Este «no juzguen» quiere decir, no tomen el lugar de Dios procurando sentenciar la labor que Dios le ordenó a sus consiervos.
Y al mismo tiempo vemos que el reitera que aquel juicio será efectivo, porque Dios que conoce todo, sacará a luz todas las cosas, incluso las intenciones del corazón, lo que nos hace recordar la construcción del edificio que será probada por fuego (1 Corintios 3:13-15).
Somos invitados a esforzarnos en la gracia, recordando que en aquel día Dios dará a cada quien la alabanza que merezca.
Jesús también lo expresó en otra parábola (Mateo 25:14-30), A tres hombres se les entrego dinero y el dueño se fue de viaje, a su retorno, al rendir cuentas hubo dos tipos de recompensas:
- “Bien, buen siervo y fiel, sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré. Entra en el gozo de tu señor.”
- “Siervo malo y negligente, si sabías que yo siego donde no sembré, y que recojo donde no esparcí, debías haber dado mi dinero a los banqueros y, al venir yo, hubiera recibido lo que es mío más los intereses. Así que, ¡quítenle esas mil monedas y dénselas al que tiene diez mil!”

Conclusión

De modo que podemos hacer un recuento de lo que Pablo enseña en esta porción de la carta:
Primero, que Dios es el Dueño y Señor de todos y que Él asigna tareas a todos sus siervos y que todos sus siervos deben procurar ser hallados fieles, cumpliendo con la labor que su Señor les asigno
Segundo, que ningún tribunal humano tiene la facultad de anticiparse al juicio de Dios, porque solo el dueño, aquel que emitió la orden tiene la potestad suficiente para evaluar el cumplimiento de quienes el asigno para la tarea.
Tercero, que ni siquiera nuestra conciencia tranquila debe relajarnos o hacernos sentir justificados delante de el Señor, ya que nuestra paz y justificación puede ser disfrutada sólo cuando reconocemos nuestra posición como pecadores delante de Dios y acudimos a su misericordia a través de Jesucristo.
Cuarto y último, que debemos por lo tanto prepararnos para el día del juicio del Señor confiando en que Él juzgará y dará la retribución justa a cada uno, para vivir con la reverencia y temor adecuados y con la confianza en la sabiduría de Dios.

Aplicaciones

1. Como dijimos al iniciar, es muy rápida nuestra tendencia a eludir nuestras responsabilidades y al mismo tiempo a cuestionar y criticar la labor de otros, recordar lo que Pablo nos enseña aquí nos debe ayudar a invertir esta situación. Procurar ponernos a disposición para servir a nuestro Dios y a Su Iglesia en aquello en lo que Dios nos ha llamado y abandonar el afán de evaluar y juzgar la labor de nuestros consiervos, aquellos que fueron hechos parte de la familia de Dios, como nosotros lo fuimos.
2. Servir a Dios con la certeza de que no lo estamos haciendo en vano. De que Él dará la alabanza que cada uno merezca. Esto nos ayudará a no procurar caer en el error que en la historia muchos han caído desvirtuando el evangelio. Procurando agradar a quienes le rodean en desmedro de la voluntad de Dios, lo que es más triste aun, procurando agradar al mundo, para recibir la alabanza del mundo, despreciando la gloria de Dios. Recordemos, es mucho mejor, de hecho, no tiene comparación ser alabados por nuestro Señor, con toda la alabanza que puedan ofrecernos los hombres.
3. Si no has nacido de nuevo, si Cristo no es tu Señor ni abogado, Pablo nos recuerda que va a llegar el día en que el Dios juzgue todas las cosas, y si Cristo, no es tu Señor, si la sangre del Cordero de Dios no ha cubierto tu maldad, no tendrás posibilidades ante la justicia perfecta de Dios. Por eso es tiempo de doblar las rodillas en humildad y pedir urgentemente la salvación del Señor.
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