Obediencia (2)

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Identificar la obediencia y el mandato de Dios y las consecuencias de la desobediencia

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OBEDIENCIA Acto de cumplir con las órdenes o instrucciones de un superior. El término hebreo shama significa “prestar oído, escuchar, oír”, pero en algunas ocasiones se traduce como “obedecer” (“Ahora, pues, hijo mío, obedece a mi voz en lo que te mando” (Gn. 27:8). La o. a Dios trae bendición (“Si obedeciereis cuidadosamente a mis mandamientos … yo daré la lluvia…” [Dt. 11:13–14]). Y la desobediencia produce maldición (“Y quedaréis pocos en número, en lugar de haber sido como las estrellas del cielo en multitud, por cuanto no obedecisteis a la voz de Jehová tu Dios” [Dt. 28:62]. “¿Se complace Jehová tanto en los holocaustos y víctimas, como en que se obedezca a las palabras de Jehová?” [1 S. 15:22]). Dios envió juicio contra Jerusalén a causa de la desobediencia del pueblo (“Porque dejaron mi ley … y no obedecieron a mi voz” [Jer. 9:13]).

El ejemplo sublime de o. a Dios es nuestro Señor Jesucristo, quien “estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz” (Fil. 2:8). “Y aunque era Hijo, por lo que padeció aprendió la o.” (He. 5:8). Esa o. perfecta hizo posible que muchos sean “constituidos justos” (Ro. 5:19). Los creyentes han “obedecido de corazón” a la predicación del evangelio (Ro. 6:17; 2 Co. 9:13). Pedro llama a eso “la o. a la verdad” (1 P. 1:22).

“Una vez en Cristo, en Cristo para siempre;
Nada de Su amor nos puede separar.”
Por lo cual estoy convencido de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni lo presente, ni lo porvenir, ni poderes, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús, Señor nuestro.”
Espero que aquí haya algunos que estén diciendo: “Ya veo lo que nos ordena el evangelio, y quiero obedecer; pero no tengo la fuerza que se requiere.” Mi querido amigo, si tuvieras alguna fuerza ésta sería más bien un obstáculo para ti. Lo que Cristo quiere es tu debilidad, no tu fuerza. “Pero, señor, no estoy preparado para venir a Cristo,” exclama otro. Tú eres exactamente el hombre que Él quiere; tu preparación sería un estorbo para ti; lo que Cristo quiere es tu falta de preparación, no tu preparación. “¡Oh, pero no tengo nada bueno en mí!” Tú eres otro de los hombres que Cristo quiere; lo bueno en ti se atravesaría en Su camino. Él murió para quitar tu pecado, y eso es lo que Él quiere que tú creas. Así pues, sin nada bueno, sin ninguna preparación, con todo lo impío y vil que eres, te ruego que sigas estas líneas que voy a repetir y veas si de verdad se las puedes decir a Cristo desde tu corazón:
“Como gusano culpable, débil e indefenso,
En tus afectuosos brazos caigo;
Sé Tú mi fuerza y mi justicia,
Mi Jesús, y mi todo.”
¿Acaso dices eso? ¿Dices también, “Me confío totalmente a Él, y deseo que me salve del pecado y me haga santo. Deseo ser su siervo fiel y su súbdito mientras viva. Que tan solo me salve, y lo amaré por siempre”? Si tu corazón ha dicho realmente eso, eres un hombre salvo, tan cierto como que vives. Hermana, si también dijiste eso, vete en paz. Tus pecados, que son muchos, te son todos perdonados. Si dijiste eso, hijo mío, entonces ten buen ánimo, tus pecados te son perdonados. Toma tu cama y camina, tú, pobre alma inválida; esta noche has encontrado la salvación. Es tuya la salvación gratuita, completa, irreversible, eterna, pues has obedecido el mandato del Evangelio, el cual, estoy convencido, ha llegado con poder a tu corazón.
¡Oh, hermano, ahora sé honesto con Cristo! Comienza de inmediato a confesarlo a Él, y nunca dudes de reconocerlo como tu Señor. Si te ha salvado, proclámalo. Es una vergüenza para cualquier soldado cristiano no llevar su uniforme. Cristo es tal Señor que vale la pena vivir por Él, y vale la pena morir por Él. Oh, si todas nuestras vidas se pasaran en medio del fuego del martirio, Cristo merece que ninguno de nosotros pueda acobardarse en la prueba por su querida causa. Sé un cristiano en todo y por todo, joven amigo, si verdaderamente eres un cristiano. ¡Que Dios te ayude a hacerlo, dándote por entero a Cristo para ser suyo para siempre! ¡Que así lo conceda Dios, en el nombre de Jesús! Amén.
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