¡NO TEMAS!
SIN TEMOR
TEMOR. La primera mención del temor en la Biblia se relaciona con la desobediencia de Adán. Al pecado siguió el conocimiento del desagrado de Dios y del temor a su juicio (Gn. 3:10). El temor es en sí mismo parte del castigo del pecado (Lv. 26:17; Dt. 28:25, 66). El temor egoísta descalifica para el deber (Jos. 2:11) y afecta rápidamente a otros (Dt. 20:8). El hombre que en la parábola recibió un talento fracasó en usarlo porque tenía temor (Mt. 25:25). Los temerosos («cobardes» en la RV60) se encuentran entre los que serán excluidos del cielo (Ap. 21:8). La necesidad de valor en el servicio del Señor se enfatiza repetidamente (Jos. 1:7, 9; Jer. 1:8; Ez. 2:6). El temor es conquistado por la fe (Sal. 46:2; 112:7). Por otra parte, el uso más característico del término temor, cuando se asocia con Dios, es para indicar un temor solemne y reverencial. El «temor de Dios» es, en efecto, una definición de la verdadera religión en el AT. Es el principio de la sabiduría (Sal. 111:10), el secreto de la justicia (Pr. 8:13), posibilita el guardar los mandamientos de Dios (Ec. 12:13) y distingue a las personas de las que Dios se agrada (Sal. 147:11). Es un don otorgado por el Espíritu que reposa sobre la vara del tronco de Isaí (Is. 11:2, 3). Aunque en el NT se hace un contraste entre el espíritu de esclavitud y el de adopción (Ro. 8:15; Ef. 3:12), este temor no está ausente. Controla el andar del cristiano, consciente del consuelo del Espíritu Santo (Hch. 9:21); estimula al servicio honesto (Col. 3:2) y anima a seguir la santidad (2 Co. 7:1). Ni el temor reverencial y la adoración que surgen de la comprensión de Dios como de su amor santo, excluyen el temor que es la reacción lógica ante la conciencia de su desagrado. Jesús aconsejó a sus discípulos que tuvieran temor a aquel que tiene el poder de imponerles el castigo final por el pecado (Lc. 12:4, 5). Pablo también los exhorta a ocuparse de su salvación de manera que se preocupen de evitar el mal y a ser aceptados por Dios (Fil. 2:12; Ef. 6:5, 6).