UNA RENUNCIA PARA ENTREGARME AL QUE DA VIDA.

RENUNCIA Y ENTREGA  •  Sermon  •  Submitted
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TEMA PREDICADO PARA JOVENES.

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8

8 Mientras tanto, Zaqueo se puso de pie delante del Señor y dijo:
—Señor, daré la mitad de mi riqueza a los pobres y, si estafé a alguien con sus impuestos, le devolveré cuatro veces más.

“Jesús llegó a Jericó y comenzó a cruzar la ciudad. Resulta que había allí un hombre llamado Zaqueo, jefe de los recaudadores de impuestos, que era muy rico. Estaba tratando de ver quien era Jesús, pero la multitud se lo impedía, pues era de baja estatura. Por eso se adelantó corriendo y se subió a un árbol para poder verlo, ya que Jesús iba a pasar por allí.

Llegando al lugar, Jesús miró hacia arriba y le dijo:

-Zaqueo, baja en seguida. Tengo que quedarme hoy en tu casa.

Así que se apresuró a bajar y, muy contento, recibió a Jesús en su casa.

Al ver esto, todos empezaron a murmurar: “Ha ido a hospedarse con un pecador”.

Pero Zaqueo dijo resueltamente:

-Mira Señor: Ahora mismo voy a dar a los pobres la mitad de mis bienes, y si en algo he defraudado a alguien, le devolveré cuatro veces la cantidad que sea.

-Hoy ha llegado la salvación a esta casa –le dijo Jesús–, ya que éste también es hijo de Abraham. Porque el Hijo del hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido.”

Ya estaba Jesús cruzando la ciudad de Jericó con toda la comitiva compuesta por los discípulos y fariseos, que lo seguían de cerca para encontrar algo de qué acusarlo.

En la ciudad vivía un hombre de baja estatura, muy rico, porque era el jefe de los recaudadores de impuestos. Si los recaudadores comunes eran odiados y resistidos a causa de su trabajo de cobrar y a la vez traicionar al pueblo judío enviando los impuestos a los romanos, cuanto más Zaqueo no gozaba en absoluto de popularidad y estima.

Zaqueo era una persona odiada y rechazada, su nombre, del hebreo Zakkay significa “puro”. Como la multitud que acompañaba a Jesús era muy grande, Zaqueo subió a un árbol para ver a aquel cuya fama había trascendido la región de Galilea y era conocido y esperado también en Judea. En algunas versiones de la Biblia dice que el árbol era una higuera. En ese tiempo la higuera era un árbol frecuentemente plantado a la orilla de los caminos, para dar sombra al caminante y eventualmente su fruto, que era uno de los más aprovechados por la sociedad en muchas maneras.

Jesús vio a Zaqueo y se invitó a su casa diciéndole: “baja en seguida, porque tengo que quedarme en tu casa”, provocando inmediatamente los comentarios adversos de quienes lo acompañaban, casi exclusivamente para criticarlo o encontrarle alguna excusa para acusarlo.

Cuando se enteraron donde iría Jesús, el versículo 7 dice que todos comenzaron a murmurar, por haber querido hospedarse en la casa de alguien tan odiado. Resulta que el hecho de ser recaudador de impuestos colocaba a Zaqueo en el grupo de los pecadores de la sociedad, con el agravante de ser el jefe de los recaudadores de impuestos.

En realidad Zaqueo era muy mal juzgado por la sociedad, no solo juzgado, sino también condenado por ella. Especialmente por los líderes religiosos que veían en el cobrador de impuestos, alguien que no era judío verdadero, por desempeñar una función considerada como traición a la nación.

Evidentemente, Zaqueo estaba muy gratamente sorprendido con la gran visita que tenía en su propia casa. Para él era algo tan especial y espectacular, tan inesperado que abrió su corazón y lo primero que hizo, fue anunciar que daría a los pobres la mitad de los bienes que tenía. Y en el caso de que hubiera defraudado a alguien, lo que puede interpretarse como cobrar de más, le devolvería a esa persona cuatro veces la cantidad que fuera. En esos tiempos, la persona que defraudaba debía devolver el total de lo defraudado, más un veinte por ciento. El arrepentimiento de Zaqueo era tan real, que ofreció mucho más que lo requerido por la ley.

La sola presencia de Jesús obró en el ánimo de Zaqueo un espíritu de arrepentimiento, que significa cambio de actitud. Tal vez, hasta ese momento, al sentirse siempre y constantemente rechazado por la sociedad que integraba, que lo consideraba un parásito y traidor, en devolución de actitudes, Zaqueo no tenía ningún remordimiento ni reparo en cobrar los impuestos y defraudarlos si llegaba el caso, pero la presencia amorosa del Hijo de Dios cambió todo, hasta su actitud.

Seguramente que la gran sorpresa para Zaqueo fue la decisión del Señor Jesucristo de ir a su propia casa, decisión que contrastaba con la actitud de toda la comunidad. Jesucristo aceptó a Zaqueo tal como era y lo visitó en su propia casa, demostrando así una expresión del amor de Dios, que siempre llega con su luz a los corazones rechazados que sufren el aislamiento de los demás.

Todos los seguidores del Señor Jesucristo se sorprenderían si evaluaran los cambios y transformaciones que puede lograr el amor en los que sufren marginación, injusticia y rechazo de sus semejantes.

Jesús dio tal aprobación a su sincera iniciativa de verdadero arrepentimiento que expresó: “Hoy ha llegado la salvación a esta casa.” Además lo reconoció como un hijo de Abraham, integrante del pueblo judío, y al ser Abraham el padre de la fe, reconoció en Zaqueo a alguien que había recibido a Jesús, quien es el Salvador del Mundo.

Después de este excelente resultado, Jesús expresó, a todos los que lo estaban observando, la misión que había venido a cumplir y por la cual estaba en Jericó, camino a Jerusalén. El Hijo del Hombre, que también era el Hijo de Dios, también Dios mismo entre nosotros, el Salvador del Mundo, estaba en operaciones en la tierra cumpliendo el objetivo dispuesto desde la eternidad por la gran majestad de Dios, ese objetivo era salvar lo que se había perdido.

Podríamos bosquejar esta parábola de Jesús en la siguiente manera:

Zaqueo tuvo curiosidad.

Ello motivó su acción de ir al encuentro de Jesús.

No reparó en sus imposibilidades.

Fue gratificado por ello.

Corrió a su casa para recibir a Jesús.

No recibió un sermón por su condición de pecador.

La sola presencia de Jesús obró su arrepentimiento

Restituyó lo que debía y aún más.

Dio el cincuenta por ciento a los pobres.

Pasó de repudiado a “hijo de Abraham”

De “perdido” a “salvado.”

40 Cuando Jesús lo oyó, se detuvo y ordenó que le trajeran al hombre. Al acercarse el ciego, Jesús le preguntó:
41 —¿Qué quieres que haga por ti?
—Señor —le dijo—, ¡quiero ver!
42 Jesús le dijo:
—Bien, recibe la vista. Tu fe te ha sanado.
43 Al instante el hombre pudo ver y siguió a Jesús mientras alababa a Dios. Y todos los que lo vieron también alabaron a Dios.
Lucas 18.18–23 NTV
Cierta vez, un líder religioso le hizo a Jesús la siguiente pregunta: —Maestro bueno, ¿qué debería hacer para heredar la vida eterna? —¿Por qué me llamas bueno? —le preguntó Jesús—. Sólo Dios es verdaderamente bueno; pero para contestar a tu pregunta, tú conoces los mandamientos: “No cometas adulterio; no asesines; no robes; no des falso testimonio; honra a tu padre y a tu madre”. El hombre respondió: —He obedecido todos esos mandamientos desde que era joven. Cuando Jesús oyó su respuesta, le dijo: —Hay una cosa que todavía no has hecho. Vende todas tus posesiones y entrega el dinero a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo. Después ven y sígueme. Cuando el hombre oyó esto, se puso triste porque era muy rico.

“Jesús llegó a Jericó y comenzó a cruzar la ciudad. Resulta que había allí un hombre llamado Zaqueo, jefe de los recaudadores de impuestos, que era muy rico. Estaba tratando de ver quien era Jesús, pero la multitud se lo impedía, pues era de baja estatura. Por eso se adelantó corriendo y se subió a un árbol para poder verlo, ya que Jesús iba a pasar por allí.

Llegando al lugar, Jesús miró hacia arriba y le dijo:

-Zaqueo, baja en seguida. Tengo que quedarme hoy en tu casa.

Así que se apresuró a bajar y, muy contento, recibió a Jesús en su casa.

Al ver esto, todos empezaron a murmurar: “Ha ido a hospedarse con un pecador”.

Pero Zaqueo dijo resueltamente:

-Mira Señor: Ahora mismo voy a dar a los pobres la mitad de mis bienes, y si en algo he defraudado a alguien, le devolveré cuatro veces la cantidad que sea.

-Hoy ha llegado la salvación a esta casa –le dijo Jesús–, ya que éste también es hijo de Abraham. Porque el Hijo del hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido.”

Ya estaba Jesús cruzando la ciudad de Jericó con toda la comitiva compuesta por los discípulos y fariseos, que lo seguían de cerca para encontrar algo de qué acusarlo.

En la ciudad vivía un hombre de baja estatura, muy rico, porque era el jefe de los recaudadores de impuestos. Si los recaudadores comunes eran odiados y resistidos a causa de su trabajo de cobrar y a la vez traicionar al pueblo judío enviando los impuestos a los romanos, cuanto más Zaqueo no gozaba en absoluto de popularidad y estima.

Zaqueo era una persona odiada y rechazada, su nombre, del hebreo Zakkay significa “puro”. Como la multitud que acompañaba a Jesús era muy grande, Zaqueo subió a un árbol para ver a aquel cuya fama había trascendido la región de Galilea y era conocido y esperado también en Judea. En algunas versiones de la Biblia dice que el árbol era una higuera. En ese tiempo la higuera era un árbol frecuentemente plantado a la orilla de los caminos, para dar sombra al caminante y eventualmente su fruto, que era uno de los más aprovechados por la sociedad en muchas maneras.

Jesús vio a Zaqueo y se invitó a su casa diciéndole: “baja en seguida, porque tengo que quedarme en tu casa”, provocando inmediatamente los comentarios adversos de quienes lo acompañaban, casi exclusivamente para criticarlo o encontrarle alguna excusa para acusarlo.

Cuando se enteraron donde iría Jesús, el versículo 7 dice que todos comenzaron a murmurar, por haber querido hospedarse en la casa de alguien tan odiado. Resulta que el hecho de ser recaudador de impuestos colocaba a Zaqueo en el grupo de los pecadores de la sociedad, con el agravante de ser el jefe de los recaudadores de impuestos.

En realidad Zaqueo era muy mal juzgado por la sociedad, no solo juzgado, sino también condenado por ella. Especialmente por los líderes religiosos que veían en el cobrador de impuestos, alguien que no era judío verdadero, por desempeñar una función considerada como traición a la nación.

Evidentemente, Zaqueo estaba muy gratamente sorprendido con la gran visita que tenía en su propia casa. Para él era algo tan especial y espectacular, tan inesperado que abrió su corazón y lo primero que hizo, fue anunciar que daría a los pobres la mitad de los bienes que tenía. Y en el caso de que hubiera defraudado a alguien, lo que puede interpretarse como cobrar de más, le devolvería a esa persona cuatro veces la cantidad que fuera. En esos tiempos, la persona que defraudaba debía devolver el total de lo defraudado, más un veinte por ciento. El arrepentimiento de Zaqueo era tan real, que ofreció mucho más que lo requerido por la ley.

La sola presencia de Jesús obró en el ánimo de Zaqueo un espíritu de arrepentimiento, que significa cambio de actitud. Tal vez, hasta ese momento, al sentirse siempre y constantemente rechazado por la sociedad que integraba, que lo consideraba un parásito y traidor, en devolución de actitudes, Zaqueo no tenía ningún remordimiento ni reparo en cobrar los impuestos y defraudarlos si llegaba el caso, pero la presencia amorosa del Hijo de Dios cambió todo, hasta su actitud.

Seguramente que la gran sorpresa para Zaqueo fue la decisión del Señor Jesucristo de ir a su propia casa, decisión que contrastaba con la actitud de toda la comunidad. Jesucristo aceptó a Zaqueo tal como era y lo visitó en su propia casa, demostrando así una expresión del amor de Dios, que siempre llega con su luz a los corazones rechazados que sufren el aislamiento de los demás.

Todos los seguidores del Señor Jesucristo se sorprenderían si evaluaran los cambios y transformaciones que puede lograr el amor en los que sufren marginación, injusticia y rechazo de sus semejantes.

Jesús dio tal aprobación a su sincera iniciativa de verdadero arrepentimiento que expresó: “Hoy ha llegado la salvación a esta casa.” Además lo reconoció como un hijo de Abraham, integrante del pueblo judío, y al ser Abraham el padre de la fe, reconoció en Zaqueo a alguien que había recibido a Jesús, quien es el Salvador del Mundo.

Después de este excelente resultado, Jesús expresó, a todos los que lo estaban observando, la misión que había venido a cumplir y por la cual estaba en Jericó, camino a Jerusalén. El Hijo del Hombre, que también era el Hijo de Dios, también Dios mismo entre nosotros, el Salvador del Mundo, estaba en operaciones en la tierra cumpliendo el objetivo dispuesto desde la eternidad por la gran majestad de Dios, ese objetivo era salvar lo que se había perdido.

Podríamos bosquejar esta parábola de Jesús en la siguiente manera:

Zaqueo tuvo curiosidad.

Ello motivó su acción de ir al encuentro de Jesús.

No reparó en sus imposibilidades.

Fue gratificado por ello.

Corrió a su casa para recibir a Jesús.

No recibió un sermón por su condición de pecador.

La sola presencia de Jesús obró su arrepentimiento

Restituyó lo que debía y aún más.

Dio el cincuenta por ciento a los pobres.

Pasó de repudiado a “hijo de Abraham”

De “perdido” a “salvado.”

Comentario Bíblico Mundo Hispano Tomo 16: Lucas c. El reino al alcance de los miserables, 18:35–43

c. El reino al alcance de los miserables, 18:35–43. Lucas ubicó cuidadosamente este pasaje junto al relato de Zaqueo, como testimonios a la comunidad judía acerca de la manera adecuada de responder a la identidad mesiánica de Jesús. Los dos hombres eran excluidos por la sociedad judía, en particular por la corriente más popular: el farisaísmo. El uno fue despreciado por ser mendigo (comp. 14:13, 14, 21–24), y el otro por ser un publicano (comp. 18:10–12). Los dos eran proscritos, aparte de la presencia o no de la riqueza. La riqueza o la pobreza no hacían ninguna diferencia en los arraigados prejuicios religiosos del judaísmo.

En contraste con la actitud de los propios discípulos, los marginados, según el relato de Lucas, tuvieron mayor capacidad de discernimiento respecto de la palabra, la obra y el mensaje de Jesús (v. 34). El camino de Jerusalén a Jericó sin duda era un buen lugar para la mendicidad, y mucho más cuando se trataba de peregrinaciones festivas. Jericó mismo era un pueblo muy próspero, con buen clima, y propicio para los buenos negocios. Los vallados no sólo eran lugares de trabajo, sino generalmente de pernoctación para los mendigos (comp. 14:23). Al acercarse Jesús a Jericó, un ciego junto al camino se percató del alboroto y preguntó de qué se trataba (vv. 35, 36). Es importante el juego de identidades que se produce aquí. Mientras la gente le informa que se trata de Jesús de Nazaret, automáticamente el ciego lo identifica repetidamente con el Hijo de David. Esto equivalía, técnicamente, a confesarlo como el Mesías de Dios. Ante sus gritos desesperados, la multitud lo reprende para que calle, porque los ciegos carecían de poder social, y eran considerados—como hoy—un estorbo de la sociedad. Pero él sabía que era su única oportunidad de encontrarse con Jesús, porque es posible que estuviera esperando ese momento por mucho tiempo. Insiste en su súplica, como la viuda de la parábola (comp. vv. 2–8), pidiendo misericordia, como el publicano en el templo (v. 13). Lo hace con la transparencia, atrevimiento y generosidad de un niño, porque al fin de cuentas es un marginado más como uno de ellos (comp. vv. 16, 17). En contraste con el joven rico, no filosofa acerca de la vida eterna (v. 18), sino que directamente vuelca su confianza en Aquel que claramente para él era el Hijo de David. Finalmente, sin prácticamente ninguna experiencia discipular, sólo por los testimonios que probablemente había escuchado, sabe mejor que los discípulos que aquel nazareno es en realidad el Mesías. Por ello este texto, cuidadosamente ubicado por Lucas al final del capítulo, es una especie de corolario de todo lo que se ha narrado hasta aquí.

Seguramente Jesús se contuvo desde la primera vez para no correr hacia él, pero lo dejó confesar tan maravillosa declaración a propósito, como para que la gente escuchara aquel testimonio de fe. En vísperas de entrar a Jerusalén, Jesús había sido rechazado en todo el camino por los judíos, pero he aquí es un proscrito quien a viva voz, sin temor alguno, confiesa con valentía el mesianismo de Jesús. Los desechados espirituales, ignorantes de todo, e incapaces de sostenerse, fueron los que reconocieron con mayor facilidad a Jesús como el Mesías.

El Señor mandó que lo trajesen y le preguntó algo que aparentemente es absurdo: ¿Qué quieres que te haga? (v. 41). La respuesta es obvia: el ciego estaba demandando una bendición mesiánica, que era señal de la presencia del Mesías (comp. Isa. 35:3–5, 10), y luego se operó el milagro. Pero lo maravilloso, nuevamente, no es recobrar la vista física inmediatamente; Jesús lo declara salvo por la fe, a la luz de su pública y precisa confesión (vv. 38, 39). El Señor interpretó su insistente y tenaz súplica por misericordia como fe (v. 42, comp. vv. 1–8). La expresión tu fe te ha salvado no entraña poder en la fe de aquel hombre; más bien, es el objeto de su fe: Jesús, reconocido como el Mesías, es el que genera el poder de ser salvo (comp. 7:50; 17:19). Israel no escapó de su ceguera espiritual por no asumir la misma actitud de fe.

El v. 43 resume la expectativa de Jesús respecto de su propio pueblo. Es típico de Lucas relatar cómo la gente glorificaba a Dios por sus portentos mesiánicos. Ocurrieron tres cosas con el ex ciego, que según se llamaba Bartimeo o el hijo de Timeo (según Mar. 10:46): (1) Recobró la vista, que era otra señal mesiánica (comp. 4:16–20; 7:22, 23). (2) Seguía a Jesús. (3) Glorificaba (doxázo1392) insistentemente a Dios. Aquello provocó que el mismo pueblo que los acompañaba alabara a Dios también por lo que habían visto y oído (v. 43), aunque fuera momentáneamente, porque más tarde se escandalizarían por la presencia de Jesús en casa de un publicano (19:7).

La persona que menos esperamos que vea es un ciego, pero maravillosa y paradójicamente él es quien ve—o comprende, interioriza—a Jesús. Bartimeo no sólo fue a Jesús por un milagro, se convirtió en un seguidor de él: le seguía (v. 43); “y seguía a Jesús en el camino”, dice Marcos (10:52). Aquellos de quienes menos se espera se convierten en genuinos seguidores de Jesús, en contraste de quienes han recibido más luz. ¡Qué ironía, pero a la vez, qué maravilla! En el contexto de quienes viajaban a Jerusalén a celebrar la fiesta de la liberación, la Pascua, él es el único que en realidad se ve liberado para alabar y glorificar a Dios. Los otros asistirán para crucificar a Jesús, pero Bartimeo lo hará para celebrar la gracia y misericordia de Dios. El modo de dirigirse a Jesús como el Hijo de David, que es una expresión mesiánica, implica que él había estado esperando toda su vida por la instauración del reino de justicia, y como Simeón (2:26–32) esperando ver al Mesías. Es probable que su real motivación para ver físicamente haya sido la de ver a Jesús por última vez. El que quiere ver a Jesús terminará viéndolo (comp. 19:4), pero el que no espera ver a Jesús, aun teniéndolo presente, lo ignorará para siempre (comp. 17:21).

d. El reino al alcance de los ricos poderosos, 19:1–10. Esta historia, inédita de Lucas, es paralela a la anterior. Zaqueo es otro proscrito como Bartimeo. El uno pobre, el otro rico; el uno con ceguera física, el otro con más ceguera espiritual, pero igualmente los dos ciegos. Pero los dos querían “ver” a Jesús (comp. 18:41 con 19:4). Maravillosamente los dos terminan viendo la salvación de Dios (comp. 18:42 con 19:9). Además, es obvio que Lucas marca un contraste entre Zaqueo y aquel joven gobernante rico (18:18–30): El último quiso la vida eterna y no pudo conseguirla; el primero parece tener simple curiosidad, y lo logra todo.

Jericó era un puesto aduanero por su ubicación geopolítica, lo que constituyó a la ciudad como una de las más prósperas de todo Israel, a más de ser una de las tierras más fértiles de Judea. En términos religiosos y políticos se ufanaban también de tener un palacio herodiano.

Zaqueo era principal o jefe de los publicanos en Jericó, lo cual lo hacía un hombre inmensamente rico y poderoso, pero también inmensamente despreciable y despreciado (v. 2). Zaqueo estaba preocupado y seriamente intrigado con la identidad de Jesús, pues procuraba ver quién era Jesús, pero tenía un grande impedimento: era pequeño de estatura (v. 3). Se calcula que considerando el biotipo de los judíos antiguos, Zaqueo no habrá tenido más allá de 1,50 m de estatura para considerarlo pequeño. Pero con la creatividad, agilidad y sagacidad de un niño (comp. 18:17), calculando el trayecto, tomó cierta ventaja en la distancia y se trepó a un árbol sicómoro para saciar su franca curiosidad, y poder ver a Jesús, en primera fila (v. 4). Este árbol sicómoro era de la familia de la higuera (comp. Amós 7:14), de tal modo que treparlo era relativamente fácil. Optar por el árbol debió haber sido lo más adecuado para Zaqueo debido a la arquitectura de Jericó, que no permitía subirse a una azotea para el efecto.

Árbol sicomóro

El Señor, al verle, discierne su motivación sincera, y seguramente en medio de la celebración jocosa de la gente, le anuncia algo que a aquel jefe publicano debió haberle impresionado y sumido en grande alegría. Primero, Jesús menciona su nombre; es posible que alguien en la multitud previamente le reconociera como tal, aunque es más probable, por lo que sigue del relato, que el Señor hiciera uso de su carácter profético para descubrir su identidad; esto lo hacía identificarse como el gran Profeta que la gente ya consideraba. La gente creía que sólo un profeta podía hacer aquello. Segundo, le sugiere descender de prisa. Si Zaqueo tenía curiosidad de conocer quién era Jesús, el Señor tenía mucho más interés en redimirlo (comp. v. 10). En realidad no es el hombre quien busca a Dios, sino que es Dios quien busca al hombre para proponerle un encuentro de paz. Es Dios quien se desvive por llamar la atención de cada ser humano, para tocarlo con su gracia. De tal modo que, si algo maravilló a Jesús, fue la inventiva de Zaqueo para dejarse ver. Tercero, rompiendo todo patrón cultural de la época y de la nuestra, Jesús se invita a sí mismo para posar en casa de aquel gran hombre. Aquello fue asombroso, porque por muy alto que sea el rango social de una persona, jamás se invitaban a sí mismos para asistir a la casa de alguien, para hospedarse y sentarse a su mesa. Es característico de Lucas resaltar lo inminente del encuentro con Jesús y el tiempo de Dios: Hoy (vv. 5, 9). Inmediatamente Zaqueo le recibió gozoso, literalmente “regocijado” (cáiro5463, v. 6, comp. 15:5, 9, 23). Lucas usó este verbo nueve veces, para implicar el gozo que produce como consecuencia la salvación (1:14; 8:13; 10:17; 13:17; 15:5, 9, 23; 19:6, 37). Esta actitud del publicano revela la sinceridad e intensidad de su deseo por conocer a Jesús. Al igual que Bartimeo, Zaqueo seguramente escuchó acerca del ministerio del Señor, y aquello despertó en él esa decisión de buscar a Jesús, y dejarse ver.

La morera negra (sicómoro)

19:6

El sicómoro, o la morera negra, es un árbol frutal cultivado en casi toda la Palestina, y su fruto es delicioso. Podía crecer hasta alcanzar una altura de varios metros. También se sabe que los egipcios, en la antigüedad, construían los ataúdes o cofres funerarios con madera de sicómoro.

Ya en casa de Zaqueo, los mismos que otrora habían alabado a Dios por la sanidad de Bartimeo, obrada por Jesús (comp. 19:43; Isa. 29:19), ahora murmuraban—literalmente, “refunfuñaban”—contra Jesús por haber posado en la casa de un hombre pecador (v. 7, comp. 15:2). Qué contraste más triste, pasar de héroe a villano en tan poco tiempo. Quienes así hicieron no habían entendido la bendita gracia y misericordia del Señor. Pero aquello es una simple radiografía de la religiosidad moderna también: al igual que Israel (comp. Isa. 29:13), se honra de labios a Dios, pero el corazón y la voluntad están lejos de la justicia del reino.

Pero Zaqueo, quien sin duda percibió el malestar de la gente, no se amilana y puesto en pie confiesa, para testimonio de la historia y para la gloria de Dios, una de las declaraciones más preciosas que ilustran la justicia consecuente del reino, cuando se reconoce a Jesús como Señor (kúrios2962, v. 8). Si Bartimeo había reconocido a Jesús como el “Hijo de David”, esto es, el Mesías (el Ungido de Jehovah), Zaqueo reconoce y testifica de Jesús como el Señor, es decir, es la palabra equivalente para Adonai o Yahvé mismo. Zaqueo declaró públicamente que la mitad de sus bienes será entregada a los pobres (ptocós4434), de los cuales Bartimeo era parte y probable beneficiado. El tiempo presente del verbo (doy) revela la determinación y firmeza de Zaqueo por hacerlo; igual cosa con devuelvo (v. 8). Aquello era una señal de la justicia del reino, en contraste con la actitud de aquel rico, principal de los judíos, que rindió su vida a las riquezas antes que a compartirlas y seguir a Jesús (comp. 18:22–24). Además, Zaqueo pone en acción un principio veterotestamentario de restitución (comp. Éxo. 22:1–4; Lev. 6:5; Núm. 5:6–8), para decir que si en algo defraudó a alguien, con el restante 50% de su patrimonio él resarcirá en cuatro veces más la falta (v. 8). Sin embargo, el derecho romano también consideraba que cuatro veces más era la sentencia de restitución para casos de robo manifiesto y público. Esto implica un reconocimiento tácito por parte de Zaqueo, que en efecto había sido un ladrón público. Reconoció que el origen de su riqueza era la práctica de la injusticia.

Considerando lo poco ortodoxos que eran los negocios de los publicanos, es de suponer que Zaqueo tenía muchas deudas pendientes. Pagar esta especie de franquicias al gobierno romano por la recaudación de impuestos y tributos suponía muchas injusticias para que el negocio fuera rentable. Hay que remarcar que Zaqueo era jefe, y aquello implica que los montos de dinero que manejaba eran considerables (comp. 19:11–27). Mi teoría personal es que Zaqueo se volvió pobre luego de concretar la justicia del reino. Aquello no era la base para su redención, de ninguna manera, pero sí fue la consecuencia visible de la transformación interior que Jesús provocó. No hizo estas buenas obras para ser salvo, las hizo con gozo, porque ya era salvo. El cambio radical en su estilo de vida procedía de una correcta relación personal con Dios. Zaqueo cumplió a cabalidad lo demandado por Jesús para seguirle como discípulo (comp. 9:23–27; 14:26–33; 18:29, 30). El arrepentimiento de Zaqueo se evidenció por sus actos externos, cual debe ser el efecto de una verdadera conversión integral a Jesús. Martín Lutero solía decir: “Todo hombre necesita una conversión de mente, corazón y de bolsillo”. Con su testimonio, Zaqueo demostró que sí es posible pasar un camello por el ojo de una aguja, por el poder de Dios (18:25). Algunos eruditos suponen que esta respuesta radical es señal de una devoción recién adquirida hacia Jesús.

Después de escuchar, maravillado sin duda, la confesión de aquel gigante de la fe, Jesús celebra la salvación (sotería4991) que hoy (tiempo de Dios) se ha manifestado en la vida de Zaqueo. Pero hay una doble razón para la celebración del Señor: primera, por la redención de un hombre, y segunda, porque aquel es parte del pueblo de Israel que tanto ha rechazado su persona, palabra y obra. Zaqueo, a diferencia de otros (comp. 3:8), no consideró ser descendiente de Abraham para exigir con petulancia su salvación. Más Jesús es quien declara que aquel salvo es además hijo de Abraham (v. 9).

Joya bíblica

Porque el Hijo del Hombre ha venido a buscar y a salvar lo que se había perdido (19:10).

Sin embargo, la sublime declaración registrada por Lucas al final del relato es prácticamente el resumen del espíritu del Evangelio según Lucas. Se puede decir que este es uno de los textos más importantes no sólo del relato lucano, sino de todo el evangelio en el NT. Jesús vuelve a autodefinirse como el Hijo del Hombre, y define su misión en dos palabras: Él ha venido a buscar (zetéo2212) y a salvar (sózo4982) lo que se había perdido, esto es, su propio pueblo Israel y a los despreciados gentiles (v. 10, comp. 15:7, 10, 24, 32). Según Ezequiel 34:2–6, 11–16, 23–31, Dios se autoimpuso la tarea de buscar a las ovejas perdidas de Israel, en vista de fracaso de los pastores de Israel, que en lugar de servirlas se sirvieron de ellas. Este relato de Zaqueo es la ilustración y aplicación practica de lo narrado por el propio Jesús en el cap. 15. Zaqueo personifica aquella oveja, moneda e hijo perdido. Zaqueo además muestra algo de la insistencia de la viuda (18:3), la humildad del publicano (18:13), la receptividad de un niño (18:17), el despojo de un rico (18:22, 25), y la necesidad de misericordia de un mendigo (18:38, 39). Hay quienes creen que el relato de la conversión de Zaqueo es un comentario lucano de lo dicho por Jesús respecto de los niños (18:15–17). Mientras hay una fiesta en su casa por la celebración de su redención y la concreción del reino de Dios, afuera hay refunfuñones que no alcanzan a entender cómo es posible que Jesús se mezclara con aquel tipo de personas. Mientras dentro de casa se celebra el gozo de hallar lo perdido, afuera se masculla la rabia e impotencia de no querer ser parte de la celebración, que resulta ser la del reino que tanto anhelaban.

e. El reino y su mayordomía eterna, 19:11–27. El escenario sigue siendo Jericó, que distaba unos 27 km de Jerusalén. Y allí en casa de Zaqueo, y para orientar adecuadamente las expectativas mesiánicas y del reino de Dios, Jesús decide ilustrar a sus discípulos, por medio de una parábola, la concreción del reino en el contexto de sus padecimientos cercanos en Jerusalén. Pero la parábola, indirectamente, también está dirigida a la nación judía en general. Lo que les espera es rechazo y sufrimiento, por la incredulidad de Israel; no el disfrute de una gesta victoriosa (v. 11). Toda la obra portentosa de Jesús había alimentando, indirectamente, las expectativas del pueblo de un reino inminente, y probablemente muchos pensaron que ir a Jerusalén significaba que había llegado el tiempo de establecerlo (comp. vv. 9–11 con Hech. 1:6). Este pasaje culmina todo el viaje de Jesús iniciado en 9:51. Además concluye con el tema del rechazo iniciado en 12:1, a través de varias lecciones discipulares. Ahora Jesús se refiere más al arribo que a la meta, para mostrar lo que va a suceder en Jerusalén. Era un procedimiento normal que los príncipes nativos acudieran a Roma para obtener la autenticación de su poder, dado que estaban bajo su imperio. La parábola del pretendiente al trono hace referencia a ese hecho histórico suscitado cuando murió Herodes el Grande; su hijo Arquelao fue a Roma para ser confirmado como gobernador de Judea (aquello sucedió durante la niñez de Jesús en Nazaret). Pero como Arquelao era tan odiado por los judíos, ellos enviaron una delegación suya, de cincuenta representantes, que se opuso fuerte y radicalmente a su entronización, sin conseguirlo, y por ello fueron castigados posteriormente con la muerte. Al volver, Arquelao recompensó a sus fieles partidarios herodianos con la gobernación de ciertas ciudades, y por supuesto, se vengó ferozmente de sus adversarios. Hay referencias históricas fidedignas, narradas por Flavio Josefo, por ejemplo, de que el gran palacio de Arquelao fue edificado en Jericó, posiblemente no muy lejos de la casa de Zaqueo donde en ese momento estaban escuchando esta parábola. Sobre la base de aquel acontecimiento con Arquelao, Jesús elabora su parábola para ilustrar de mejor manera y fijar la enseñanza en sí mismo. En la parábola, el hombre noble representa a Jesús, y el país lejano (se usa la misma construcción en 15:13) se ha de interpretar como el cielo. Jesús está enfatizando que él deberá regresar a la gloria del Padre, y cuando venga en su segunda venida el reino será manifestado a plenitud, o consumado, por toda la eternidad (v. 12). Esto es lo que va a suceder con Jesús: los poderes de la ciudad se van a confabular contra él y terminarán matándolo (v. 14). No obstante, con su resurrección será revindicado por Dios, trayendo juicio y condenación sobre todos sus enemigos.

En la parábola se pueden distinguir dos grupos diferentes de personas (vv. 13, 14): los primeros mencionados como sus siervos (discípulos), quienes debían negociar entre tanto que el hombre noble regresara de su viaje real; y el segundo grupo, son los ciudadanos de su comarca, estos últimos lo odiaban (más que al César, comp. Juan 19:15), y no querían que gobernase sobre ellos. Este segundo grupo indudablemente representa a las autoridades religiosas y a la nación judía en general. Cada uno de los siervos recibió una mina, equivalente a 100 denarios, que a su vez representaban 100 salarios diarios. Se trataba de un valor muy considerable, lo que ilustra la gran responsabilidad que Jesús estaba depositando sobre sus discípulos. Debido a los descomunales intereses en el mundo grecorromano, el señor de aquellos siervos esperaba grandes dividendos de ganancia, como en efecto ocurrió con los dos primeros inversionistas. A su regreso el hombre noble alabó a sus siervos y los recompensó proporcionalmente a la gran cantidad de dinero que habían recibido (vv. 17, 19); esto es, reconoció la diligencia y fidelidad de sus siervos fieles, mientras que el siervo infiel perdió su recompensa (v. 24). Lo que se implica aquí es que aquel siervo en realidad no esperaba el retorno de su señor, por ello no se ocupó de sus negocios (comp., 19:22–24). Este siervo malo no sólo fue en contra de las órdenes de su señor, sino que violentando el sentido común ni siquiera protegió el dinero encomendado, compartiéndolo o guardándolo adecuadamente. Poner el dinero en un pañuelo era la forma más irresponsable de cuidar el dinero (v. 20). En realidad su actitud resultó ser insensata y traidora a la confianza de su señor. Pero además fue atrevido y cínico, al acusar a su amo de tomar lo que no puso y cosechar lo que no sembró, pues eso implica negocios sucios (v. 21). Sin embargo, por la misma razón debió invertir el dinero, para satisfacer la ansiedad de su amo (vv. 22, 23). Mateo precisa que aquel siervo malo fue echado fuera del reino, lo cual es una clara señal de la apostasía, porque en realidad no pertenecía al reino sino al grupo de opositores que se resistían a su gobierno (comp. v. 14 con Mat. 25:30). El énfasis en el relato está dado sobre la actitud del siervo malo; casi la mitad del relato se ha dedicado para describir su desidia. Esta es otra muestra de cómo Jesús saca una buena lección de un mal ejemplo, lo que es típico en Lucas (comp. 16:1–13). Finalmente, los ciudadanos fueron juzgados y condenados (muertos) por su rechazo a aceptarlo como rey (v. 27). Aquello implica que Jesús tenía una expectativa muy clara de lo que acontecerá en los próximos días en Jerusalén. No había levantado falsas esperanzas de una aceptación fervorosa a su gobierno, a su reino. Por ello está animando a sus discípulos a ser fuertes y fieles en medio del cruento rechazo que les sobrevendrá.

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