CANON DEL NUEVO TESTAMENTO

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CANOSN DEL NUEVO TESTAMENTO

C. El canon del Nuevo Testamento.
Es mucho más fácil trazar la canonización de los veintisiete (27) libros del Nuevo Testamento que del Antiguo Testamento.
Hay mucha más evidencia disponible. Los libros del Nuevo Testamento fueron escritos durante la última mitad del primer siglo después de Cristo. La recientemente formada iglesia cristiana tenía las escrituras del Antiguo Testamento como base para su fe pero, en adición a esto, se le dio gran importancia a las palabras de Cristo y a las enseñanzas de los apóstoles. De manera que, no pasó mucho tiempo antes de que los evangelios comenzaran a ser puestos a la par con el Antiguo Testamento.
Hay mucha más evidencia disponible.
Los libros del Nuevo Testamento fueron escritos durante la última mitad del primer siglo después de Cristo.
La recientemente formada iglesia cristiana tenía las escrituras del Antiguo Testamento como base para su fe pero, en adición a esto, se le dio gran importancia a las palabras de Cristo y a las enseñanzas de los apóstoles.
De manera que, no pasó mucho tiempo antes de que los evangelios comenzaran a ser puestos a la par con el Antiguo Testamento.
La autoridad de los apóstoles es completamente confirmada.
Juan declara, “lo que hemos visto y oído, eso os anunciamos” (
1 Juan 1.3 RVR60
lo que hemos visto y oído, eso os anunciamos, para que también vosotros tengáis comunión con nosotros; y nuestra comunión verdaderamente es con el Padre, y con su Hijo Jesucristo.
); Pedro dice que ellos hablan “habiendo visto con nuestros propios ojos su majestad” (II P. 1:16); y de los primeros creyentes leemos: “Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles” ().
);
Pedro dice que ellos hablan “habiendo visto con nuestros propios ojos su majestad” (
2 Pedro 1.16 RVR60
Porque no os hemos dado a conocer el poder y la venida de nuestro Señor Jesucristo siguiendo fábulas artificiosas, sino como habiendo visto con nuestros propios ojos su majestad.
); y de los primeros creyentes leemos: “Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles” ().
); y de los primeros creyentes leemos: “Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles” (
Hechos de los Apóstoles 2.42 RVR60
Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones.
).
).
Debido a que las epístolas de Pablo fueron escritas para tocar la necesidad específica de una iglesia local o de un individuo, éstas eran preservadas por su valor espiritual y eran leídas en las iglesias.
En varias ocasiones, Pablo dio instrucciones definidas de que sus cartas fueran leídas y circuladas. A la iglesia en Tesalónica escribió: “Os conjuro por el Señor, que esta carta se lea a todos los santos hermanos” (
1 Tesalonicenses 5.27 RVR60
Os conjuro por el Señor, que esta carta se lea a todos los santos hermanos.
). A la iglesia en Colosas exhortó: “Cuando esta carta haya sido leída entre vosotros, haced que también se lea en la iglesia de los laodicenses, y que la de Laodicea la leáis también vosotros” (). Para que esto se pudiera llevar a cabo, es concebible que una copia de la carta colosense y de la laodiceana hubiera sido hecha. A medida que esta práctica se esparció, es fácil ver que antes de que pasaran muchos años, se dispondría de una compilación de las cartas de Pablo.
).
A la iglesia en Colosas exhortó: “Cuando esta carta haya sido leída entre vosotros, haced que también se lea en la iglesia de los laodicenses, y que la de Laodicea la leáis también vosotros” (
Colosenses 4.16 RVR60
Cuando esta carta haya sido leída entre vosotros, haced que también se lea en la iglesia de los laodicenses, y que la de Laodicea la leáis también vosotros.
). Para que esto se pudiera llevar a cabo, es concebible que una copia de la carta colosense y de la laodiceana hubiera sido hecha. A medida que esta práctica se esparció, es fácil ver que antes de que pasaran muchos años, se dispondría de una compilación de las cartas de Pablo.
).
Para que esto se pudiera llevar a cabo, es concebible que una copia de la carta colosense y de la laodiceana hubiera sido hecha. A medida que esta práctica se esparció, es fácil ver que antes de que pasaran muchos años, se dispondría de una compilación de las cartas de Pablo.
p 11
El Nuevo Testamento sugiere una distribución bastante amplia de estas escrituras.
A Juan se le indicó: “Escribe en un libro lo que ves, y envíalo a las siete iglesias que están en Asia” (
Apocalipsis 1.11 RVR60
que decía: Yo soy el Alfa y la Omega, el primero y el último. Escribe en un libro lo que ves, y envíalo a las siete iglesias que están en Asia: a Efeso, Esmirna, Pérgamo, Tiatira, Sardis, Filadelfia y Laodicea.
). Santiago se dirigió “a las doce tribus que están en dispersión” (). La primera epístola de Pedro fue escrita “a los expatriados en la dispersión en el Ponto, Galicia, Capadocia, Asia y Bitinia” (I P. 1:1). Se ha sugerido la posibilidad de la existencia de una compilación temprana de un canon del Nuevo Testamento que se reconocería conjuntamente con las escrituras del Antiguo Testamento:
).
Santiago se dirigió “a las doce tribus que están en dispersión” (
Santiago 1.1 RVR60
Santiago, siervo de Dios y del Señor Jesucristo, a las doce tribus que están en la dispersión: Salud.
).
). La primera epístola de Pedro fue escrita “a los expatriados en la dispersión en el Ponto, Galicia, Capadocia, Asia y Bitinia” (I P. 1:1). Se ha sugerido la posibilidad de la existencia de una compilación temprana de un canon del Nuevo Testamento que se reconocería conjuntamente con las escrituras del Antiguo Testamento:
La primera epístola de Pedro fue escrita “a los expatriados en la dispersión en el Ponto, Galicia, Capadocia, Asia y Bitinia” (
1 Pedro 1.1 RVR60
Pedro, apóstol de Jesucristo, a los expatriados de la dispersión en el Ponto, Galacia, Capadocia, Asia y Bitinia,
I Pedro 1:1). Se ha sugerido la posibilidad de la existencia de una compilación temprana de un canon del Nuevo Testamento que se reconocería conjuntamente con las escrituras del Antiguo Testamento:
).
Se ha sugerido la posibilidad de la existencia de una compilación temprana de un canon del Nuevo Testamento que se reconocería conjuntamente con las escrituras del Antiguo Testamento:
Y tened entendido que la paciencia de nuestro Señor es para salvación; como también nuestro amado hermano Pablo, según la sabiduría que le ha sido dada, os ha escrito, casi en todas sus epístolas, hablando en ellas de estas cosas; entre las cuales hay algunas difíciles de entender, las cuales los indoctos e inconstantes tuercen, como también las otras escrituras, para su propia perdición (
2 Pedro 3.15–16 RVR60
Y tened entendido que la paciencia de nuestro Señor es para salvación; como también nuestro amado hermano Pablo, según la sabiduría que le ha sido dada, os ha escrito, casi en todas sus epístolas, hablando en ellas de estas cosas; entre las cuales hay algunas difíciles de entender, las cuales los indoctos e inconstantes tuercen, como también las otras Escrituras, para su propia perdición.
II Pedro 3:15-16).
).
Durante los primeros años del siglo segundo, comenzó a hacerse sentir el efecto de los patriarcas eclesiásticos.
Estos eran talentosos alumnos, maestros y dirigentes de la iglesia.
En sus cartas a estas nuevas iglesias, ellos citaron continuamente de los libros que llegarían a ser el canon del Nuevo Testamento.
Estas cartas llevaban un testimonio distinguido del valor del libro del cual citaban, ubicándolos por encima de sus propias palabras.
Por extraño que parezca, el “Agnóstico Marción” (140 d.C.), un notable hereje, fue usado para inspirar el reconocimiento de algunos de los libros del Nuevo Testamento, particularmente las epístolas de Pablo.
Marción compiló su propio canon, que incluía el evangelio según Lucas y diez de las epístolas paulinas. Marción rechazó las epístolas pastorales, Hebreos, Marcos, Juan, Hechos, las epístolas generales y Apocalipsis. Sus acciones trajeron como consecuencia mucha crítica y un estudio más profundo de esos libros que él rechazó. Para fines del siglo segundo, todos menos siete de los veintisiete libros del Nuevo Testamento fueron reconocidos como canónicos. Los siete libros que no fueron enteramente reconocidos en ese momento eran: Hebreos, II y III de Juan, II de Pedro, Judas, Santiago y Apocalipsis.
Impetu adicional fue dado a la formación de un canon definitivo del Nuevo Testamento por el emperador Diocleciano (302–305), momento en el cual ordenó que las escrituras fueran quemadas con fuego.
Por lo tanto, llegó a ser una necesidad que se hiciera una determinación acerca de cuáles libros eran la escritura. Los cristianos debían decidir por cuáles libros valía la pena sufrir y morir.
El interrogante del canon tenía un significado serio y práctico. Dentro de veinticinco años de las persecuciones dioclesianas, Constantino, el nuevo emperador, había abrazado al cristianismo y había ordenado a Eusebio, obispo de Cesarea e historiador eclesiástico, que preparara y distribuyera cincuenta copias del Nuevo Testamento. A causa de esto, era necesario decidir cuáles libros debían ser incluidos.
No es difícil entender que, en el momento en que el canon estaba siendo considerado, había muchos libros en existencia que reclamarían consideración.
Estas escrituras han sido divididas generalmente en lo que comúnmente se conoce como el pseudepígrafo y el apócrifo.
En el primero están incluidos un grupo de libros adulterados y heréticos considerados escrituras falsas.
Estos fueron virtualmente desconocidos por todo concilio, y no fueron citados por los patriarcas eclesiásticos.
Muchas doctrinas heréticas, tales como las sostenidas por los agnósticos, negaban la encarnación de Cristo;
la doctrina sostenida por los docéticos, negaba la realidad de la humanidad de Cristo;
y la sostenida por los monofisitas, quienes rechazaban que la doble naturaleza de Cristo, se encontraba en estos libros.
Más de 280 de estos han sido catalogados y agrupados bajo los títulos de: Evangelios, Hechos, Epístolas, Apocalipsises y otros. Geisler y Nix declaran:
Cualquier fragmento de verdad que preserven es oscurecido tanto por sus suposiciones religiosas como por sus tendencias heréticas.
Los libros no sólo son anti-canónicos, también tienen muy poco valor para propósitos religiosos o devocionales. Su valor principal es histórico, revelando las creencias de sus compositores.
Los libros catalogados como el apócrifo del Nuevo Testamento fueron aquellos mantenidos en gran estima por al menos uno de los patriarcas.
Aunque contienen mucha información útil respecto a la historia de la iglesia primitiva, nunca han sido aceptados en el canon del Nuevo Testamento. Algunos de los más populares son:
La Epístola de Bernabé (70–79),
La Epístola (III)
a los Corintios (96),
El Pastor de Hermas (115–140),
la Didajé enseñanza de los doce (100–120),
Epístola a los Laodiceos (aproximadamente siglo cuarto),
La Epístola de Policarpio a los Filipenses (108),
y Las Siete Epístolas de Ignacio (110).
En una de sus epístolas pastorales, Atanasio (nacido alrededor de 298 d.C.) hace una lista, como escritura, de todos los veintisiete libros del Nuevo Testamento.
En el tercer Concilio de Cartago (397) las iglesias cristianas establecieron la forma final del canon del Nuevo Testamento.
De este modo, para fines del siglo cuarto todos los veintisiete libros habían sido recibidos.
De esta manera, Geisler y Nix concluyen: “Una vez que las discusiones resultaron en el reconocimiento de los veintisiete libros canónicos del Nuevo Testamento no han habido más movimientos en el cristianismo para agregar, o quitar nada de él.”
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