La Biblia (2)
Pasaje
Estudio
Contexto
Este Libro se llamó primeramente «La Repetición de la Ley», frase basada en 17:18. Los LXX lo vertieron por «Deuteronomio», que significa «Segunda Ley». Contiene tres discursos de Moisés, en los cuales pasa revista a los acontecimientos de los cuarenta años de peregrinación por el desierto, y exhorta patéticamente a los israelitas de la nueva generación a observar fielmente los mandamientos divinos advirtiéndoles del gravísimo peligro que comportaba la desobediencia. En los capítulos 12 al 26, se incluye un resumen de todas las leyes principales, que necesitaban ser bien recordadas ahora que estaban a las puertas de Canaán (comp. con Fil. 3:1). Digno de destacarse es: el capítulo 5, en que se repiten los diez mandamientos, y 6:25, compendio de la teología y de la ética de Israel. Todo israelita ortodoxo lo repite en sus devociones diarias. Son también memorables los tres últimos capítulos del Deuteronomio: el 32 contiene un cántico de Moisés; el 33, su bendición final a las doce tribus, el 34 su muerte y sepultura, con una alabanza extraordinaria de este gran líder y profeta (34:10–12).
El libro se divide en cinco partes: 1.a, introductoria (1:1–5); 2.a, contiene el primer discurso de Moisés (1:6–4:40); 3.a, incluye el 2.o discurso de Moisés (4:44–26:19); 4.a, con el tercer discurso de Moisés (27:1–30:20); 5.a, contiene lo sucedido en los últimos días de Moisés.
Cuando el Señor contestó al diablo, al ser tentado por éste en el desierto, tomó todas sus referencias del libro del Deuteronomio (v. Mt. 4:4, 7, 10).
Con este capítulo concluye Moisés el prólogo a la repetición de los estatutos que el pueblo de Israel ha de observar. Tras haber mencionado al final del capítulo precedente las grandes cosas que Dios había hecho en favor de ellos, y repetir al comienzo del presente capítulo el mandato general de amar a Dios y guardar sus ordenanzas (v. 1), pasa a detallar algunas de las grandes obras que había realizado Dios ante los ojos de ellos, y termina poniéndoles en la alternativa de escoger el mal o el bien, la muerte o la vida, la maldición o la bendición.
Introducción
Pasaje por pasaje
Testigos
OBDC
La obediencia a Dios es uno de los deberes supremos de los hombres (Hch. 4:17), porque Él es el Hacedor (Hch. 5:29; Sal. 95:6), y los hombres dependen de su bondad (Sal. 145; Hch. 14:17) y están sujetos a su ley (Sal. 119). La obediencia a Dios-Cristo es debida también porque Él nos ha redimido con su sangre (1 Co. 6:20).
La obediencia a Dios debe hacerse de corazón (1 Jn. 5:2–7), en todas las cosas y en todo lugar (Ro. 2:7; Gá. 6:9). La obediencia también se debe a los padres, y en este sentido se llama obediencia filial (Éx. 20:12; Ef. 6:1; Col. 3:20). Los cristianos prestan obediencia a los mandatarios y leyes (Ro. 13:1–5; Ti. 3:1) por causa de la conciencia.
A un colportor bíblico lo asaltaron a mano armada en un bosque en el corazón de Sicilia. Se le ordenó encender fuego y quemar los libros que llevaba. Cuando tuvo encendido el fuego pidió permiso para leer una porción de cada libro antes de quemarlo. De uno leyó el Salmo 23.
—Este es un buen libro; no lo quememos. Dámelo a mí —dijo el ladrón.
De otro leyó el capítulo 13 de 1 Corintios, el capítulo del amor.
—Esto es bueno; dámelo. No lo quememos —dijo nuevamente el ladrón.
De otro leyó una parte del Sermón del Monte, de otro la parábola de El Buen Samaritano, y de otro la parábola del Hijo Pródigo; en cada caso con igual resultado. Por fin no quedó por leer algo de ningún libro y ninguno había sido quemado.
El colportor pudo continuar su viaje; pero sin sus libros. Años más tarde se encontró con el ladrón otra vez, pero ahora convertido en un ministro ordenado. Los libros habían hecho la transformación.
La cosecha de la Biblia es la cosecha de vidas cambiadas en todas partes del mundo.—World Crusades.