Quién fue (y quién no fue) María Magdalena, parte 3 de 3

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Qué haremos aquí

En esta última entrega estableceremos lo que sabemos con completa certidumbre sobre María Magdalena. Cómo era su vida, qué clase de persona era ella y en qué consiste de manera precisa su bendición e inmenso privilegio.

Entonces, ¿quién fue María Magdalena?

Como señalé al principio, muchos mitos se han tejido sobre María Magdalena, incluso hasta formar una compleja maraña. Estos mitos surgieron entre las corrientes apóstatas de los primeros tres siglos, fueron alimentados con ornamentos adicionales en la Edad Media y han sido adornados de nuevo en años recientes con el fin (digámoslo claramente) de vender libros sensacionalistas. Porque el sensacionalismo, en nuestra época, se vende muy bien.
Quisiera retomar aquí una frase de James E. Talmage que me ha gustado mucho. Esta frase simplemente dice: “No debe confundirse la tradición infundada con la historia auténtica”. (James E. Talmage, “Jesús el Cristo”) ¡Y yo digo que Talmage tiene razón!

Un estilo impráctico para la defensa de la verdad

Podríamos perder ahora aquí el tiempo tratando de desentrañar esa maraña, entreteniéndonos con cada uno de esos mitos, hilo tras hilo, para desenredarlos y para esclarecerlos… pero sería como ponerse a combatir a la Hidra de Lerna. Ya sabes, en la leyenda de Hércules la Hidra de Lerna era un monstruo interminable. Vaya que sí. Cada vez que le cortabas una cabeza surgían dos en su lugar. Cuando tratamos con mitos de esta naturaleza, tan bien alimentados, ponerse a desmentir cada uno de ellos da material para varios libros. Y eso está bien, pero me parece la forma más impráctica de establecer la verdad. ¿Por qué? Porque cuando acercas a un sitio la luz la obscuridad se desvanece.
¿Por qué no mejor, digo yo, establecemos la verdad simplemente contando la verdad? Así, todo lo que no sea eso, la verdad, se destacará por su propio peso como lo que es, una mentira, o sea la no-verdad. Tómalo como idea. ¡Eso te ahorra muchísimo tiempo!

Dónde encontrar la verdad

Y contar la verdad, en el caso de María Magdalena es muy sencillo, ya que contamos con el relato original sobre la identidad de María Magdalena, el punto de partida que necesitó tergiversarse para la elaboración de las leyendas. Retomar este punto de partida será tan refrescante como beber agua directamente del manantial, en donde podemos encontrar el agua completamente pura y limpia, en lugar del agua contaminada y revuelta que se encuentra río abajo. Este relato original es el que se encuentra en los evangelios.

Lo que dicen los evangelios sobre María Magdalena

Los evangelios contienen doce pasajes en que hablan directamente sobre María Magdalena, distribuidos en la manera siguiente:
Todo lo que realmente podemos saber sobre María Magdalena se encuentra en estos pasajes. Como vemos, los cuatro evangelistas hablan en torno a María Magdalena, y ubican su presencia en cinco momentos fundamentales.
Examinemos lo que podemos saber de María Magdalena a partir de esos cinco momentos trascendentales.

María Magdalena durante el ministerio en Galilea

Lucas nos indica algo sobre el origen de Magdalena que es también corroborado por Marcos: ella había sido sanada por Jesús, liberada de siete demonios (). No se nos dan, en ninguno de estos pasajes, más detalles acerca de este milagro. Como antes comenté, no estamos justificados en lo más mínimo en especular que ella haya estado atormentada a causa de una supuesta impureza. Por el contrario, lo único que podemos justamente colegir es que el Salvador manifestó su poder sanador en ella. Y ella, en agradecimiento, le siguió “por todas las ciudades y aldeas”, uniéndose al grupo de discípulos y “ayudándole con sus bienes”. Esto último nos hace inferir que María Magdalena debió ser una mujer con posesiones y, probablemente incluso, con alguna influencia. Ella prestó servició y consagró con gozo sus bienes para la edificación del reino de Dios. Esto es todo lo que sabemos con justicia y certeza sobre la vida anterior de María Magdalena y sobre su conversión.

María Magdalena durante la crucifixión

No se nos vuelve a hablar directamente sobre María Magdalena sino hasta mucho más tarde, en la tarde sombría en que el Salvador estaba siendo crucificado. Tres de los evangelistas, todos menos Lucas, la mencionan entre el grupo de mujeres distinguidas por nombre de entre todas las presentes. Mateo y Marcos la mencionan en primer lugar, luego a María de Cleofas, luego a Salomé. Pero el apóstol Juan menciona primero a María, madre de Cristo, siendo el único que la menciona, y luego a las demás mujeres en orden inverso. La razón por la que Juan les menciona así puede deberse a un orden de prioridad en cuanto al parentesco que estas mujeres guardaban con Jesucristo, mostrando así primero a su madre, con la más alta prioridad; luego a la hermana de su madre (a quien hemos identificado como Salomé, madre de los apóstoles Santiago y Juan) y por último a María de Cleofas (probable tía de Jesús, si es que Alfeo o Zebedeo era hermano de José) y a María Magdalena, colocada en un lugar de honor sumamente especial, con las demás mujeres, al pie mismo de la cruz. Mientras que los demás evangelistas colocan a estas mujeres mirando desde lejos (algo muy acorde con la costumbre de ese tiempo), Juan muestra a este grupo especial muy cerca de la cruz, en un lugar privilegiado en que Jesús pudo incluso verlas. Era muy poco probable que los oficiales romanos y judíos les hubiesen permitido acercarse, a no ser en consideración a su parentesco y familiaridad especial con Jesús.
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María Magdalena en el sepulcro

Tanto Magdalena como “la otra María” (María de Cleofas, madre de Jacobo el menor y de José) tomaron el encargo de acompañar a los varones hasta el sepulcro, para tomar nota del lugar preciso en que Jesús estaba siendo sepultado (), ya que eran las últimas horas del viernes () y no había tiempo de realizar todos los cuidados al cuerpo ese día. El sábado, día de reposo, habría que interrumpir toda labor y tendría que ser reanudada hasta el día siguiente, en domingo. Por ello, era prudente que las mujeres, que tomarían sobre sí esta tarea, pudieran tener bien identificado el sepulcro. María Magdalena y María de Cleofas se encargaron de ello, para poder dirigir al resto del grupo cuando fuera oportuno continuar.

María Magdalena como primer testigo de la resurrección

Cuando se nos dice que Jesús estuvo sepultado tres días se nos lo dice de acuerdo con la manera de hablar tradicional y no como tres días de 24 horas. Jesús murió el viernes y el día de reposo, sábado, no se efectuó ninguna labor. Los tres evangelistas que relatan los eventos subsiguientes son muy enfáticos para destacar el hecho de que fue en domingo, extremadamente temprano (“siendo aún oscuro”) cuando las mujeres regresaron al sepulcro. Sin lugar a dudas, quien encabezaba este comité María Magdalena. María de Cleofas iba con ella. Juan el Amado es quien dedica el pasaje más largo al relato de los eventos. Al contrastar su relato con el de los otros evangelistas se puede apreciar que hubo momentos, al menos dos, en que María Magdalena se quedó sola y recibió un testimonio distinto al de las otras mujeres que fueron también privilegiadas.
Podemos entender que María Magdalena y María de Cleofas (por lo menos ellas dos) se sintieron confundidas cuando vieron la piedra removida y el sepulcro vacío. Fue el momento en que un ángel les testificó que Jesús había resucitado, y les mandó que comunicasen esto a los discípulos (). María Magdalena se adelantó y comunicó esto a los apóstoles Pedro y Juan, quienes, corriendo, entraron al sepulcro y presenciaron por sí mismos lo ocurrido. Mientras tanto, y hasta que ellos se retiraron, María esperó paciente afuera, afligida por la ausencia de su Señor. Quedándose a solas junto al sepulcro, tuvo entonces una experiencia extraordinaria.
Este es uno de los pasajes más completos y estremecedores de las escrituras, no sólo por el tono cálido y conmovedor con que fue escrito, sino por la multitud de los detalles reveladores que contiene. Nos hace saber, por ejemplo, que Jesús no era un espíritu, sino que podía ser tocado. María, llevada por el gozo inmenso de la sorpresa, le llamó “Rabboni” (que es un término respetuoso que puede traducirse como “maestro” y también como “mi Señor”) e indudablemente quiso abrazar a Jesús. Esto lo sabemos porque el original griego así lo dice: Μη μου ἁπτου [me mou aptou], donde la última palabra, aptou, es derivada de Ἁπτομαι [aptome], es decir, abrazar. Aptou es el mismo verso utilizado en la Septuaginta para traducir el hebreo dabak de y aparece también en . En estos pasajes se traduce como “apegar” y “abrazar”, respectivamente.
Jesús entonces rechazó el abrazo cortésmente, pidiéndole que “no la tocara” (como ha sido malamente traducido Μη μου ἁπτου) porque “no había subido aún al Padre”. Con lo cual nos enteramos de golpe de que Jesús no había estado en los cielos, morada de Dios, en todo ese tiempo y que, entonces, el paraíso y el cielo son lugares distintos.
Jesús además comisionó directamente a María Magdalena para ir con los apóstoles nuevamente (recordemos que, según el mismo capítulo 20, ya había acudido antes con Pedro y con Juan). Esto convirtió a María Magdalena, de entre todos los discípulos, en el primer testigo de la resurrección del Salvador Jesucristo. El versículo que sigue dice que “Fue María Magdalena entonces a dar las nuevas a los discípulos de que había visto al Señor y que él le había dicho estas cosas”. ()
Las demás mujeres de la comitiva recibieron un testimonio posterior y separado. Marcos dice que fue a María Magdalena a quien primero se apareció el Cristo resucitado (ver ). Mateo completa el relato indicando que Jesucristo se apareció en su camino a las otras mujeres, a las cuales saludó con el saludo tradicional (¡salve!) “y ellas se acercaron, y abrazaron sus pies y le adoraron” (). Se entiende que, con toda probabilidad, Jesús subió al Padre en algún momento entre ambos eventos, lo que le permitió a este segundo grupo tocarlo.
Es significativo que sea Juan quien hace el relato más largo y detallado sobre estos eventos.
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La importancia sobresaliente de María Magdalena

Por lo tanto, podemos concluir de María Magdalena lo siguiente:
Provenía de Magdala, tierra cercana a Tiberias, Capernaúm y Caná, en la región de Dalmanuta. Se convirtió en discípulo de Jesús en Galilea, y en agradecimiento a que el Salvador le liberó del acoso de siete demonios, le siguió en sus travesías y le consagró su servicio y sus bienes. Se mantuvo digna, en todo respecto, de su llamado al discipulado. Logró acercarse, junto con María, madre de Cristo, con María de Cleofas, con Salomé y con Juan al pie de la cruz. Junto con María de Cleofas, atestiguó la ubicación precisa del sepulcro del Salvador. Fue escogida por Jesús como primer testigo de su resurrección, y le fue encomendada la misión de llevar este testimonio al sacerdocio.
Podemos también inferir lo siguiente. Si tuviésemos que buscar una líder entre el grupo de mujeres que siguieron a Jesús desde su ministerio en Galilea hasta su muerte y resurrección en Judea, sería, sin duda alguna, María Magdalena. No sólo sería una líder entre las mujeres, pues todas las damas que los evangelistas mencionan por nombre debieron serlo, sino también una líder entre las líderes, mencionada en primer lugar en todos los listados de nombres proporcionados por los evangelistas con la sola excepción de , en donde María, madre de Cristo, se menciona en primer lugar por razones por demás entendibles. Esta presencia excepcional y relevante de María en todos los eventos, así como la elección del Salvador sobre ella para convertirle en el primer testigo de su resurrección, nos dicen mucho sobre su carácter y su virtud extraordinaria.

Conclusión y palabras finales

Como conclusión podemos resumir lo siguiente: María Magdalena NO ERA la mujer sorprendida en adulterio. NO ERA la mujer pecadora que se acercó a Jesús arrepentida en casa de Simón el fariseo. Y, por supuesto, no puede haber confusión entre María Magdalena, natural, como lo dice su nombre, de Magdala de Galilea, y María de Betania, hermana de María, residente en Betania de Judea. Por encima de todo, María Magdalena NO ERA ninguna mujer pecadora.
Los evangelios no nos dan ningún motivo para considerarla sino como una mujer casta, virtuosa y extraordinaria, merecedora de toda nuestra admiración, consideración, memoria y honores. Es, por lo tanto, digna representante de todas las mujeres, a quienes representó como discípula de Cristo, a quienes representó también a los pies de la cruz y a quienes representó, finalmente, en el lugar de honra supremo, a los pies mismos del Salvador resucitado, estando ella sujeta a Cristo tal como nosotros esperamos sujetarnos a Él. Y así, María Magdalena, representante de toda virtud, obediencia, consagración y castidad de la mujer en sus días, representa también la virtud, obediencia, consagración y castidad de la mujer TAMBIÉN AHORA, mostrando, en todo respecto, a la mujer en su posición justa, y haciendo entonces a toda mujer digna de toda nuestra consideración, respeto, cuidado y admiración.
Faltar al honor de María Magdalena es faltar al honor de toda mujer. Defender la verdad sobre María Magdalena es honrar debidamente a toda mujer.
¡Que pueda su ejemplo servirnos de guía para alcanzar virtudes semejantes y servir al Salvador con tanta dedicación y amor como ella le siguió! ¡Que nuestra lectura de los evangelios, los únicos textos verdaderamente sagrados en que ella se menciona, nos sirvan para conocer la verdad, reposicionar su honor y hacer justicia al nombre de María Magdalena, sublime entre los discípulos de Cristo!
Que puedan tus labios transmitir esta palabra y ayudar para ubicar las cosas en su aspecto verdadero.
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