LA OBRA CONSUMADA DE CRISTO - HEBREOS 10:1-18

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Introducción:

En la travesía de la vida, muchos de nosotros nos embarcamos en proyectos con una mezcla de ilusión y temor. La incertidumbre del mañana nos acompaña en cada paso, y cuando nuestros planes se ven truncados, el miedo puede paralizarnos, llevándonos a ser más cautos y precavidos en nuestros próximos intentos.
Ahora, imagina por un instante esta escena: un visitante del futuro te muestra con pruebas irrefutables que el proyecto que estas emprendiendo hoy será un éxito rotundo. Te motiva a no desanimarte, a abrazar los desafíos presentes con valor, asegurándote que tus esfuerzos tendrán repercusiones asombrosas en cada aspecto de tu vida. ¿Te sentirías alentado a seguir adelante con la certeza que te ofrece este mensajero del futuro?
En Hebreos 9, somos llevados a contemplar el desenlace de nuestra historia, un desenlace asegurado por el sacrificio eficaz de Cristo por nuestros pecados. Inspirado por el Espíritu Santo, este escritor nos revela el final que está garantizado: nuestra redención, reconciliación con Dios y entrada a la gloria celestial en la consumación del reino, donde disfrutaremos eternamente de su presencia y lo serviremos.
El autor, guiado el Espíritu Santo, nos asegura que aquellos que esperan en Cristo no enfrentarán condenación alguna. Todos los que ponen su esperanza en Él serán salvos de la justa ira de Dios que vendrá sobre las naciones.
Hoy, continuaremos en el capítulo 10, donde el autor nos exhorta a perseverar en medio de los desafíos presentes, recordándonos la obra consumada de Cristo en contraste con el ministerio insuficiente del sacerdocio levítico. Este llamado a la perseverancia se fundamenta en la certeza de que nuestro futuro está asegurado por la obra consumada de Cristo.
Esta mañana, veremos cómo la obra perfecta de Cristo es el fundamento sólido sobre el cual construimos nuestra esperanza. Su sacrificio único y completo nos ha liberado del poder del pecado y nos garantiza la victoria sobre todos los obstáculos del presente, invitándonos a confiar plenamente en Él y a vivir en constante devoción a causa de perfecta obra.
Amados, a pesar de los desafíos que enfrentemos en el presente, la carta a los Hebreos nos ofrece una visión del futuro que nos impulsa a perseverar en la fe. Porque al final, recibiremos una corona de gloria. Nuestro servicio y devoción al Señor en el día de hoy tendrán repercusiones eternas, aseguradas por la obra consumada de Cristo.
Vamos a leer juntos la Palabra de Dios:
Hebreos 10:1–18 NBLA
Pues ya que la ley solo tiene la sombra de los bienes futuros y no la forma misma de las cosas, nunca puede, por los mismos sacrificios que ellos ofrecen continuamente año tras año, hacer perfectos a los que se acercan. De otra manera, ¿no habrían cesado de ofrecerse, ya que los adoradores, una vez purificados, no tendrían ya más conciencia de pecado? Pero en esos sacrificios hay un recordatorio de pecados año tras año. Porque es imposible que la sangre de toros y de machos cabríos quite los pecados. Por lo cual, al entrar Cristo en el mundo, dice: «Sacrificio y ofrenda no has querido, Pero un cuerpo has preparado para Mí; En holocaustos y sacrificios por el pecado no te has complacido. »Entonces dije: “Aquí estoy, Yo he venido (En el rollo del libro está escrito de Mí) Para hacer, oh Dios, Tu voluntad”». Habiendo dicho anteriormente: «Sacrificios y ofrendas y holocaustos, y sacrificios por el pecado no has querido, ni en ellos Tu te has complacido» (los cuales se ofrecen según la ley), entonces dijo: «He aqui, Yo he venido para hacer Tu voluntad». Él quita lo primero para establecer lo segundo. Por esa voluntad hemos sido santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo ofrecida una vez para siempre. Ciertamente todo sacerdote está de pie, día tras día, ministrando y ofreciendo muchas veces los mismos sacrificios, que nunca pueden quitar los pecados. Pero Cristo, habiendo ofrecido un solo sacrificio por los pecados para siempre, se sentó a la diestra de Dios, esperando de ahí en adelante hasta que Sus enemigos sean puestos por estrado de Sus pies. Porque por una ofrenda Él ha hecho perfectos para siempre a los que son santificados. También el Espíritu Santo nos da testimonio. Porque después de haber dicho: «Este es el pacto que haré con ellos Después de aquellos días, dice el Señor: Pondré Mis leyes en su corazón, Y en su mente las escribiré», añade: «Y nunca más Me acordaré de sus pecados e iniquidades». Ahora bien, donde hay perdón de estas cosas, ya no hay ofrenda por el pecado.
Las palabras que acabamos de leer están dirigidas a una congregación mayoritariamente judía que enfrentaba persecución debido a su fe en Cristo. Tentados por las presiones externas, algunos de ellos consideraban regresar a las prácticas rituales de la ley de Moisés, creyendo que en ellas encontrarían seguridad y salvación. Sin embargo, el autor de Hebreos nos muestra a través de las Escrituras del Antiguo Testamento la incapacidad de la ley para perfeccionar al pueblo de Dios y la plena eficacia de la obra consumada de Cristo para lograrlo. Estos dos puntos serán el eje de nuestro sermón.
El propósito de la Palabra de Dios en esta ocasión es animarnos a confiar completamente en la obra consumada de Cristo. No hay nada que podamos añadir a ella para asegurar nuestro futuro eterno en gloria. Por lo tanto, confiar en algo aparte del sacrificio de Jesucristo nos deja sin esperanza alguna.
Veamos en primer lugar:

1. La incapacidad de la ley para perfeccionar al pueblo de Dios

Lo primero que leemos en Hebreos 10:1 es que:
A. La ley es incapaz de perfeccionar por causa de su propósito original
La ley era solo una sombra de los bienes futuros, ella anticipó con exactitud la manera en la que la iglesia podría recibir la herencia eterna prometida por Dios a Abraham. Es decir que, la ley señaló la necesidad de un sacrificio expiatorio, señalo que sin derramamiento de sangre no hay perdón de pecados, no es posible la reconciliación y lo hay garantía de herencia eterna para el pueblo de Dios. Todos estos bienes venideros fueron prometidos por Dios en su pacto, pero la le ley no podía dar garantía de que estos bienes pudieran ser disfrutados por la iglesia del A.T., solo señaló la manera en la que los creyentes podían esperar disfrutar de estos bienes: a saber: por el sacrificio expiatorio de Cristo.
B. la ley es incapaz de perfeccionar porque nunca pretendió abrir un acceso directo del pueblo a la presencia de Dios (Hebreos 10:1B)
Todo hombre en Adán esta excluido de la presencia de Dios a causa de la caída. Para acercarse a Dios, las demandas de su justicia deben ser satisfechas y además las personas debían ser perfectas. Dios ordenó a Abraham: “Anda delante de mi y se perfecto”.
Los sacrificios bajo la ley no podían asegurar el acceso a la presencia gloriosa de Dios, ya que no podían hacer perfectos a los pecadores. En cambio, la ley anticipaba al Cordero de Dios que quitaría el pecado y presentaría a los creyentes perfectos ante Dios mediante la imputación de su justicia.
El autor de Hebreos enfatiza este punto al cuestionar por qué los sacrificios debían ofrecerse cada año en el día de la expiación si la ley hubiera sido dada por Dios para remediar el problema del pecado y hacer perfecto al pueblo. Estos sacrificios solo servían como un recordatorio constante del pecado del pueblo y ofrecían un remedio temporal para retrasar el juicio de Dios, pero nunca brindaron una solución definitiva.
Como una ilustración personal, recuerdo mi infancia marcada por el asma, con una maleta llena de remedios que, aunque atenuaban los síntomas, no curaban la enfermedad. Sin embargo, llegada la adultez, el asma desapareció inexplicablemente. De manera similar, en el Antiguo Testamento, los sacrificios eran un remedio temporal que recordaba la gravedad del pecado y la necesidad de un sacrificio completo para dar acceso a Dios y liberar al pueblo del pecado.
La solución definitiva llegó con Jesucristo, quien vino a quitar el pecado. Hoy, los creyentes no recuerdan su culpa en el servicio de adoración, sino que descansan en la gracia de Dios manifestada en el sacrificio perfecto de Cristo, que ha eliminado la culpa del pecado.
C. La ley es incapaz de perfeccionar porque no pudo quitar el pecado e impartir justicia
El versículo 5 dice que era imposible que el sacrificio de animales quitara los pecados.
Toda la historia de la redención en el A.T. clamaba con fuerte voz: Hasta cuando Señor, ¿Donde esta tu cordero que quita el pecado? ¿Donde esta el verdadero sacrificio que pondrá fin a la culpa y además limpiara nuestra conciencias?
Este grito lo vemos dede que Adan y Eva estuvieron llenos de culpa en el Jardín de Edén esperando una condenación eterna. La gracia de Dios los vistió con la piel de un animal, luego de que Dios ofreciera un primer sacrificio para revelarles la manera en que sus pecados serían expiados y su vergüenza cubierta por la justicia de un sustituto que vendría de la simiente de Eva.
Este grito lo escuchamos en la historia de Abraham cuando recibió del Señor un cordero para ser sacrificado en lugar de Isaac en el monte Moriha.
Lo escuchamos en la pascua cuando un cordero fue ofrecido en lugar de los primogénito de Israel para que no murieran con la visita del ángel de la muerte que Dios envió para juzgar a Egipto.
Y lo escuchamos con los miles de sacrificios que se ofrecían en el tabernáculo y en el templo cada año por los pecados de Israel….
Ninguna de estas ofrendas pudo expiar el pecado, ninguna dio solución definitiva, la repetición, clamaba por un sacrificio perfecto y definitivo.
Hebreos 10:11 NBLA
Ciertamente todo sacerdote está de pie, día tras día, ministrando y ofreciendo muchas veces los mismos sacrificios, que nunca pueden quitar los pecados.
A la luz de esto, que increíbles resultaron las palabras de Juan el bautista cuando proclamo a sus discipulos:
Juan 1:29 NBLA
Al día siguiente Juan vio* a Jesús que venía hacia él, y dijo*: «Ahí está el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.
Si Cristo quito el pecado, regresar al judaísmo y sus sistema ritual es terrible, este es un sistema incapaz de ofrecer una solución definitiva al problema del pecado, incapaz de ofrecer justicia al pecado eliminado todo vestigio de maldad de su conciencia.
Dios diseño la ley, para que su pueblo pusiera su esperanza en la solución definitiva, en la persona de su hijo.
Esta no es una doctrina novedosa. La escritura en el antuguo testamento, nos revela como mientras que los sacrificios ofrecidos bajo la ley ceremonial eran repetitivos y no podían eliminar permanentemente el pecado, el sacrificio del mesías - rey sería único y suficiente para quitar el pecado de manera completa y eterna.
D. La ley es incapaz de perfeccionar porque nunca pudo satisfacer a Dios
El autor de Hebreos recurre al Salmo 40 para respaldar su argumento, donde se establece que Dios no deseaba sacrificios ni ofrendas materiales, sino una obediencia perfecta y voluntaria.
Salmo 40:6–8 NBLA
Sacrificio y ofrenda de cereal no has deseado; Me has abierto los oídos; Holocausto y ofrenda por el pecado no has pedido. Entonces dije: «Aquí estoy; En el rollo del libro está escrito de mí; Me deleito en hacer Tu voluntad, Dios mío; Tu ley está dentro de mi corazón».
Desde tiempos antiguos, antes de la encarnación del Hijo, Dios ya tenía decretado el plan de redención mediante la perfecta obediencia de Cristo. El Salmo, interpretado por Hebreos, sugiere que Dios daría a su Hijo un cuerpo humano para que obedeciera perfectamente la voluntad divina. Este cuerpo encarnado estaría dispuesto a escuchar y obedecer la voluntad del Padre, convirtiéndose en el medio por el cual se llevaría a cabo nuestra redención eterna.
El concepto de los "oídos abiertos" podría ser una referencia a Éxodo 21:6, donde se habla de un siervo por voluntad. En este contexto, los "oídos" podrían simbolizar la disposición del Hijo para escuchar y cumplir la voluntad del Padre. Además, la complacencia de Dios se encuentra en la humillación y la perfecta obediencia del Hijo, como se muestra en pasajes como
Mateo 3:17 NBLA
Y se oyó una voz de los cielos que decía: «Este es Mi Hijo amado en quien me he complacido»
Mateo 26:39 NBLA
Y adelantándose un poco, cayó sobre Su rostro, orando y diciendo: «Padre Mío, si es posible, que pase de Mí esta copa; pero no sea como Yo quiero, sino como Tú quieras».
Isaías 50:5–6 también ilustra la disposición del Siervo Sufriente para obedecer hasta la muerte, mostrando cómo su sacrificio vicario es aceptable a Dios. Cristo ofreció un sacrificio pleno, perfecto y suficiente mediante su encarnación, vida obediente y muerte sacrificial, logrando así nuestra redención.
La obediencia activa y pasiva de Cristo, como se refleja en el Salmo 40, es fundamental para comprender cómo "eliminó lo primero para establecer lo segundo". En otras palabras, Cristo vino a abolir el antiguo orden representado por la ley mosaica y a establecer un nuevo pacto basado en su sacrificio perfecto. Este nuevo pacto, prefigurado en el Antiguo Testamento, es eterno y trae consigo la redención completa y definitiva para aquellos que creen en él.
E. La ley es incapaz de perfeccionar y, por esta razón, fue abolida por Cristo.
El versículo 10 nos revela que Cristo "elimina lo primero" debido al carácter único de su expiación: "Y por esa voluntad hemos sido santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez para siempre".
Así, el Hijo encarnado suprime lo primero, es decir, los sacrificios asociados a la ley mosaica, para establecer lo segundo, es decir, la voluntad de Dios que implica la ofrenda de sí mismo como único sacrificio por los pecados para siempre. Por esa voluntad, y solo por ella, hemos sido santificados, es decir, limpiados del pecado y devueltos a la esfera santa del favor de Dios.
El sacrificio de sí mismo en nuestra representación en la cruz fue el acto definitivo que puso fin a todo otro sacrificio (cf. v. 26). La obra que vino a hacer está terminada (Jn 17:4; 19:30). Por consiguiente, nuestro gran Sumo Sacerdote ya no está "de pie", sino "sentado" en gloria soberana a la diestra de Dios.
La ofrenda de Cristo fue verdaderamente universal y plenamente eficaz, y por eso es un solo sacrificio ofrecido una sola vez. Porque si hubiera sido ofrecido dos veces, el sacrificio de la primera ocasión no habría sido plenamente universal y absolutamente suficiente, o el segundo sacrificio habría sido inútil y superfluo.
En aplicación, comprender lo que Cristo logró en la cruz hace imposible abrazar el Judaísmo o, para nosotros hoy, abrazar creencias como el catolicismo romano que ofrecen perdón de pecados mediante sacrificios incruentos en cada misa.
Una sola ofrenda fue suficiente y aceptable delante de Dios para quitar el pecado. Esta es la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez para siempre.
Una sola ofrenda hizo lo que todas las millones de ofrendas nunca pudieron hacer: satisfacer las demandas de la justicia de Dios y perfeccionarnos.
El sacrificio de Cristo trae la perfección que los sacrificios del Antiguo Testamento solo podían anticipar. El sacrificio perfecto exige el fin de lo imperfecto; la institución del sacerdocio de Cristo pone fin al sacerdocio levítico.
La obra consumada de Cristo es la única forma de eliminar la culpa y tener conciencias limpias ante Dios, y de tener esperanza de gloria. El Evangelio transforma el recuerdo de culpa en un recuerdo de gracia. Nos recuerda que no hay condenación para los que están en Cristo.
Cristo realmente llevó nuestros pecados para eliminarlos. Esta es la novedad del nuevo pacto. Los pecados de los creyentes son borrados por la sangre derramada de Cristo.
Conclusión:
Hemos visto cómo la incapacidad de la ley para perfeccionar al pueblo de Dios resalta la necesidad de un sacrificio definitivo y completo, cumplido únicamente por Cristo.
Ahora veamos en nuestro texto, la eficacia de la obra consumada de Cristo en la redención de su Pueblo y cómo su sacrificio único y perfecto trae la perfección que los sacrificios del Antiguo Testamento solo podían anticipar.

2. La eficacia de la obra consumada de Cristo

La eficacia de la obra consumada de Cristo se manifiesta en su capacidad para hacernos perfectos. En este contexto, exploremos en primer lugar como:
A. Su obra consumada garantiza nuestra perfección
La eficacia de la obra consumada de Cristo se manifiesta en su capacidad para hacernos perfectos. Mientras que el sumo sacerdote bajo la ley levítica ofrecía de pie, repetidamente sacrificios que no podían quitar los pecados, lo que se necesitaba era el sacrificio único de Cristo, que podía eliminar los pecados de una vez por todas. J
esús, nuestro sumo sacerdote, ofreció un solo sacrificio por los pecados, después del cual "se sentó a la diestra de Dios", indicando la finalización y aceptación de su obra por parte de Dios.
En la cruz, la culpa recibió su golpe final, y ahora, en virtud de la obra consumada de Cristo, somos vistos por Dios como perfectos y santos.
Hebreos 10:14 NBLA
Porque por una ofrenda Él ha hecho perfectos para siempre a los que son santificados.
Aunque estamos en proceso de ser santificados, nuestra posición en Cristo es de perfección garantizada, como lo declara el autor al afirmar que "por una ofrenda Él ha hecho perfectos para siempre a los que son santificados". Esta realidad nos lleva a mantenernos puros en razón de nuestra vocación, sabiendo que nuestra santificación está tan asegurada que ahora se ve como realizada. Por lo tanto, descansamos en el trabajo consumado de Cristo, que asegura para nosotros una herencia y un destino eterno en gloria.
Leí de una calcomanía para autos que dice: "No soy perfecto, sólo estoy perdonado", suena bonito, pero esto no es cierto. A los ojos de Dios has sido hecho perfecto porque estás en Cristo; eres beneficiario de su perfección. Aunque, estamos en proceso de ser santificados, la santificación de un cristiano está tan segura de su logro que ahora se ve como realizada: "Habéis sido hechos perfectos".
Esta es la gloria del Evangelio, una buena noticia en la que la iglesia descansa en el trabajo consumado del Hijo de Dios, asegurando para nosotros una herencia y un destino eterno en gloria. Estamos seguros en Cristo, de manera que en todo el proceso, todo nos va a ayudar para bien. Somos santos y seremos completamente santificados.
B. Por obra consumada de Cristo nuestra victoria es segura
Nuestros enemigos han sido aniquilados y nuestra victoria futura está asegurada gracias a la obra consumada de Cristo. Sentado a la diestra del Padre, como nuestro gran sumo sacerdote, su sacrificio único ha sido completamente aceptado, y aguarda el momento en que sus enemigos sean sometidos bajo sus pies, como se profetiza en el Salmo 110:1. La exaltación suprema que Cristo ha obtenido como resultado de su redención en la tierra garantiza la derrota de cualquier opositor a su autoridad.
Por lo tanto, aquellos que mantienen su fe en Cristo, esperando su regreso glorioso, pueden descansar en la certeza de esta victoria. Cuando llegue el momento, participaremos plenamente en los frutos de esta conquista junto con Aquel que es nuestra cabeza. La derrota total de nuestros enemigos, incluyendo a Satanás, el pecado, la muerte y el mundo entero, marcará nuestro triunfo final cuando seamos liberados de la corrupción de nuestra carne.
C. La eficacia eterna de la obra redentora de Cristo
El pasaje de Hebreos 10:15-17 resalta la magnitud del nuevo pacto, refiriéndose al pacto profetizado por Jeremías (Jeremías 31:33). Esta nueva alianza, sellada con la sangre de Cristo, no solo cumple con los requisitos necesarios, sino que también ofrece la seguridad de que nuestros pecados e iniquidades son completamente borrados, eliminados del registro divino para nunca ser nuevamente recordados en nuestra contra.
El Día de la Expiación, un ritual anual que recordaba los pecados con sacrificios repetidos, ahora encuentra su cumplimiento en la sangre derramada de Jesús. No se trata de la expiación parcial de algunos pecados, sino de la erradicación completa de todos nuestros pecados a través del sacrificio de Cristo (Isaías 43:25; 44:22; Salmo 103:10-12; Miqueas 7:18ss).
Dios no tiene la intención de condenar a aquellos cuya esperanza se fundamenta en la sangre y la justicia de Jesucristo. Un solo pecado contra la santidad infinita de Dios merece su completo desagrado, y solo la sangre de Cristo tiene el poder de borrar nuestras transgresiones.
La obra redentora de Cristo tiene dos aspectos: uno objetivo, en el que Dios perdona nuestros pecados y nos acepta en Cristo; y otro subjetivo, en el que el Espíritu Santo aplica la salvación en nosotros al escribir la ley de Dios en nuestros corazones y mentes. Así, estamos siendo santificados diariamente hasta alcanzar la perfección en la gloria, siendo transformados a la semejanza de Dios en justicia y santidad (Efesios 4:24).
Esta verdad es asombrosa y debería servir como un estímulo en medio de los desafíos que enfrentamos en la vida. La expiación de Cristo no solo nos libera de la condenación, sino que también asegura una redención eterna y completa para su pueblo.
D. la obra de Cristo es eficaz, porque todo fue consumado
La redención eterna, el acceso sin restricciones al culto del Dios vivo y la liberación de la culpa han sido realizados por Jesús. Ninguna obra nuestra contribuye a su logro único. La obra de la redención está hecha, "Consumado es", el velo está rasgado, y su expiación nunca falla en su poder y en su aplicación a las necesidades de los pecadores a quienes estaba destinada.
¡Tu respuesta a la obra consumada de Cristo es crucial!
Al considerar esta gloriosa doctrina, espero que tu esperanza se fortalezca y vivas con la certeza de que todo está completado en Cristo. Que esta verdad te sustente en medio de los desafíos presentes, permitiéndote cantar el estribillo de aquel himno: "¡Estoy bien, gloria a Dios!", incluso en medio de la tormenta.
Que vivas con gratitud y confianza, sabiendo que Cristo ha cumplido todo lo necesario para salvarte completamente y de manera perfecta. Que tu corazón crezca en amor hacia él por su sacrificio en la cruz, y que Jesús sea tu mayor motivo de orgullo en esta vida. Que te motives a conocerlo y servirlo, y que estés dispuesto a seguir creciendo para ser más semejante a él. Que Cristo se convierta en la gran ambición de tu vida.
Si algún amigo se está preguntando esta mañana: "¿Cómo puedo liberarme de mi pecado?", la respuesta es clara: ninguna obra propia puede salvarte. Sin embargo, puedes ser salvado mediante la simple confianza en Cristo, quien ha obtenido la redención de los pecadores a través de su sacrificio en la cruz. La respuesta a tu dilema solo se encuentra en la obra consumada de Cristo. ¿Estás dispuesto a recibir a Cristo y con él todos los beneficios de la redención?
Tal vez estes diciendo: Mi voluntad está atada; ¿cómo puedo acercarme a Cristo con un corazón tan pecador?" amigo, es evidencia de que estás siendo guiado por el Espíritu de Dios. Solo aquellos que han sido transformados por el Espíritu pueden reconocer su pecado y sentir la necesidad de redención. Este entendimiento profundo de nuestra condición pecaminosa y nuestra necesidad de salvación es crucial para tener una fe genuina en Cristo.
Amigo mío, permíteme compartir contigo una noticia maravillosa. La obra completa de Cristo es tan poderosa que incluso ha asegurado la fe mediante la cual su pueblo confía en él. Dios no ha dicho simplemente: "He asegurado la salvación, ahora depende de cada individuo tener fe en mí". Pero ¿qué fe puede tener un pecador muerto en sus delitos y pecados? No, Cristo ha hecho todo. En la cruz, no solo compró nuestra redención, sino que también determinó concedernos el don de la fe mediante el cual creemos en él. ¡Así de completo es el sacrificio de Cristo!
Hermanos y hermanas, permítanme compartir con ustedes una poderosa ilustración que encapsula la esencia del Evangelio. Imaginen un hombre acercándose a una mazmorra, donde un prisionero languidece en la oscuridad de su cautiverio. El hombre le ofrece oro suficiente para comprar su libertad, pero el prisionero, atado por sus cadenas, responde con desesperación: "No puedo liberarme para que tu dinero de redención me sirva".
Esta imagen refleja la realidad de nuestra condición humana: incapaces de salvarnos a nosotros mismos, encadenados por el pecado y la culpa. Pero el Evangelio no nos llama a liberarnos por nuestros propios medios. No, el Evangelio proclama una verdad mucho más profunda y redentora: la cruz de Cristo es el ariete que derriba los muros de nuestra prisión, rompe nuestras cadenas y nos libera para siempre.
Cree en Cristo, y serás salvado. Incluso nuestra fe, el acto mismo de abrazar a Jesús como Salvador, es un regalo de la gracia de Dios, un fruto precioso de la cruz. Nuestro Señor Jesucristo, sentado a la derecha del Padre, reina con autoridad soberana sobre todo. Su obra está cumplida, su sacrificio perfecto nos ha redimido y su misericordia se extiende a todos los que confían en él.
Que esta verdad transformadora resuene en nuestros corazones mientras nos alejamos hoy: somos liberados, somos redimidos, somos amados por un Salvador que dio todo por nosotros en la cruz. Que su gracia y su paz nos acompañen siempre. Amén.
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