Capítulo 11: El rey y su batalla

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El rey humilde (Marcos 11:1–11)

Finalmente, nos enteramos a dónde se dirigía Jesús: Jerusalén, la capital milenaria de Israel. Llegó a la ciudad real, donde se encuentra el Templo judío, el templo y complejo religioso más elaborado y caro del mundo en aquellos tiempos. Los judíos esparcidos por todo el mundo conocido visitaban el complejo, y con el dinero de las ofrendas e impuestos, su riqueza era incalculable.
Cuando esta a la sombra de la ciudad, ordenó a sus discípulos que buscaran un burro atado, que tenga dueño, pero que nunca se hayan montado (posiblemente representando algo religioso). Si alguien procuraba por qué se llevaban el burro, debían explicar que el Señor lo necesita un momento, pero que promete devolverlo. Jesús conocía el área considerablemente bien ya que frecuentaba casi a diario por ahí, así que muchos debían saber quién es Jesús si querían alguna explicación adicional. Colocaron sus ropas como asiento para Jesús, y este último se sentó sobre el animal.
Cuando la gente ve quién es el que entraba por el portón de la ciudad, montado en un burro, toman sus ramas que eran de ser utilizadas para actos religiosos para alfombrar su camino, y comienzan a adorar a Dios (algunas traducciones utilizan la palabra griega Hosanna, que significa “sálvanos ahora”), bendiciendo a Jesús por ser el enviado de Dios, y por la restauración del reino del antiguo rey David (ancestro de Jesús). Sin duda este fue el momento más alto de su celebridad, pues ahora los judíos estaban prácticamente declarándolo rey. Jesús continua el viaje en el burro hasta llegar al templo. Jesús entra al complejo, y analiza cómo se encontraba el lugar más sagrado para los judíos. Sin embargo, ni Jesús ni el autor comentan de lo que Jesús vio. Jesús decide regresar a la aldea donde esta historia comenzó ya que era la tarde (y seguramente para devolver el burro).

Falsas expectativas (Marcos 11:12–14)

El próximo día, Jesús sale con sus discípulo de su hospedaje en Betania, y ve un árbol de higos. El árbol se ve frondoso, por lo que Jesús presume que debe tener ya higos listos para comer. Marcos comenta que no rea la temporada para que las higueras produzcan su fruto, así que un árbol que esté adelantado para la época debería verse suculento en los ojos de alguien hambriento. Sin embargo, al acercase, Jesús se da cuenta que solo aparentaba tener frutos. Jesús declara lo suficientemente alto para que sus discípulos lo escucharan ante la decepción que nadie más comerá de sus frutos.

Limpieza repentina (Marcos 11:15-19)

Jesús continúa su caminar, y regresa a Jerusalén, pero esta vez se dirige al Templo. El día anterior solamente había observado, pero hoy decidió traer juicio al lugar. Jesús reprende a los que vendían y los que hacían comercios en el Templo, y hasta los que intercambiaban monedas extranjeras por las aceptables para el templo sufrieron parte de la sentencia de Jesús. No permitió que la gente utilizara el templo como un mercado. Las palabras que Jesús declaró para anunciar su veredicto fueron sacadas del profeta judío de la antigüedad Isaías, cuando dice que los más religiosos de los judíos han convertido el Templo en un lugar donde los más peligrosos de los ladrones se siente seguro de estar. Estos mismos sacerdotes aceleraron las discusiones sobre qué hacer con Jesús. El consenso era que Jesús definitivamente debía morir, pero el pueblo judío amaba demasiado a Jesús para que ellos lo permitieran. Si verdaderamente quieren matarlo, tienen que pensar en alguna estrategia.

El poder de la fe (Marcos 11:20-26)

El grupo sale de la ciudad, y regresan a Betania. En la mañana siguiente, se percatan que el árbol tan frondoso que habían visto casi 24 horas ya se había marchitado. Al dejarle saber a Jesús, este les responde que tengan fe en Dios, que quiere decir, “confíen en Dios.” Luego dice algo sorprendente: si alguien le dijera a un monte en particular (El Monte de los Olivos o el monte donde se encuentra el Templo) que se lance a sí mismo al mar (El Mar Muerto ya que en un día soleado se puede ver desde donde estaban), sin ninguna duda de que esto ocurra, esa orden será obedecida. Todo lo que pidan, si está en armonía con el plan de Dios, lo recibirán de parte de Dios. Sin embargo, toda oración debe ser acompañada con el perdón. Cada oración debe demostrar el amor de Dios para que recibamos el mismo amor de parte de Dios.
Dios tiene un plan de trabajo con cada persona y cosa que existe, y eso te incluye. Mientras mantengas tu relación con Dios, mejor conocerás Su plan. Esto significa que mientras mantengas ese amor único con Dios, cuando tengas que pedir algo de Dios, sabrás qué es lo que tienes que pedir verdaderamente. Pero cada petición debe ser acompañada con humildad. Una oración sin perdonar a los que nos ofenden es una oración egoísta.

La gran colisión (Marcos 11:27–33)

Una vez más, entraron a Jerusalén. Esta vez, Jesús camina por los gigantesco complejo del Templo cuando repentinamente es asediado por las autoridades más grandes del Templo. Ya todos conocen el historial de Jesús por Galilea y más allá, y ahora Jesús está merodeando en el territorio principal de los sacerdotes y líderes religiosos.
La pregunta principal de los interrogadores es quién le dio la autoridad y aprobación para estar enseñando y hacer milagros. La comunidad de los sacerdotes es un circuito cerrado, así que todos se conocen; y ninguno de ellos ha tenido a Jesús como estudiante, y claramente Jesús no se lleva bien con los fariseos. Jesús contesta con otra pregunta y negociación: si le contestan su pregunta, él contestará finalmente la primera que ellos hicieron. Jesús les recuerda al profeta singular Juan el Bautista. La pregunta de Jesús es entonces: ¿la autoridad que tenía Juan venía de Dios, o fue algo que otra persona le dio permiso con el sello de aprobación de otro sacerdote?
El pueblo todavía tenían a Juan el Bautista en alta estima. Todos reconocían que Juan era un hombre único, que no necesitaba la aprobación de un fariseo u otra autoridad religiosa para su ministerio. Esa calidad distintiva no podía provenir de una calidad humana y cotidiana, por lo que todos presentían que Dios le había dado la autoridad. Todos los líderes religiosos estaban de acuerdo de este hecho, pero estarían perdiendo el debate si lo admitían. Si lo hacían, estarían admitiendo que ellos se opusieron a alguien que fue enviado por Dios. Los fariseos y sacerdotes se aprobaban el uno al otro, pero nadie podía ir en contra de la autoridad y aprobación de Dios. Es por eso que la respuesta final de ellos al reto de Jesús fue “no lo sabemos.”
Jesús sabía que había puesto a sus contrincantes entre la espada y la pared. Si ellos no darán una respuesta definitiva, él tampoco la dará.
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