Sermón del monte: ¿Decir o hacer?

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Introducción

Las palabras de un grabado en la catedral de Lübeck, Alemania, reflejan muy bien la enseñanza que el Señor nos da aquí: Así nos habló Cristo nuestro Señor: Me llamas Maestro y no me obedeces, me llamas Luz y no me ves, me llamas el camino y no andas en mí, me llamas vida y no me vives, me llamas sabio y no me sigues, me llamas justo y no me amas, me llamas rico y no me pides, me llamas eterno y no me buscas, no me culpes si te condeno.
Cita bíblica: Mateo 7:21-23 “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad.”

I. Palabras vacías v21

En el nuevo testamento encontramos dos palabras griegas para “palabrería” la primera re refiere a alguien que habla mucho o mucho tiempo (Mt. 6:7), mientras que la segunda se refiere a alguien que expresa palabras sin sentido que resultan en una charla hueca (1 Ti. 1:6). Es muy probable que la suma de ambos sea a lo que se refiere aquí el Señor Jesús.
Constante repetición. El tipo de expresión se realizaba con una constante repetición. Como un niño que insiste sobre algo, así se ve la imagen de aquellos que siempre usan el nombre del Señor en vano. El que quiere identificarse con algo, aunque no sea parte de ese algo siempre se menciona como si lo fuera.
Esmerada adulación. Las palabras repetidas expresaban cariño, cercanía, eso es lo que decían los rabinos. Aquí los hombres hacían declaraciones teológicas, pero no tenían ninguna relación personal con él.
No es suficiente con tener una doctrina correcta, saber que Jesús es el Señor, pronunciar a menudo su nombre, para entrar al reino de los cielos. No se alcanza la salvación por el mero hecho de decir: “Señor, Señor.”

II. Obras muertas v22

Sí, la fe sin obras es muerta, pero hay obras que aparentan tener fe y solamente resultan en obras muertas, infructuosa, sin sentido cuando no se hace con la debida motivación. Se trata de obreros fervientes. Lo triste de este versículo, es que son muchos los que intentarán afiliarse a cristo por sus obras, pero no por una fe que renueva el ser.
Profetizar. Es muy probable que esto se refiera al nivel profético de aliento, consolación y exhortación (1 Co. 14:3). Ser predicadores elocuentes no es sinónimo de salvación (Balaam, réprobos en Judas, Caifás profetizó).
Echar fuera demonios. Esto segundo tiene que ver con actuaciones contra Satanás. Judas fue uno de los que tenía esa capacidad pero alguien que no era salvo (Lc. 9:1-2; 10:17; Hch 19:13).
Hacer milagros. Los dones de lenguas y sanidades recomiendan a una persona ante el mundo, pero es la genuina santidad la que es aceptada por Dios. Es mejor la gracia y el amor que el poder trasladar las montañas o hablar en lenguas.

III. Terribles consecuencias

La tercera ley de Newton dice: “Con toda acción ocurre siempre una reacción igual y contraria”. Son dos sentencias las que recibirán aquellos que buscar más las pomposidad que el corazón rendido al Señor.
Desconocimiento de Dios. La palabra “nunca” también significa “en ningún momento, ni por un momento”. Conocer es tener una relación íntima de vida. Una cosa es conocer a Dios, pero otra muy diferente ser conocido por Dios, lo primer es desgracia, lo segundo es maravilloso (Jn 17:3; 2 Ti. 2:19).
Separación eterna de Dios. El fundamento de la salvación consiste en el conocimiento que Dios tiene del salvo y la separación del individuo de la iniquidad. Lo interesante de la frase “apartaos de mí” es que también tiene el sentido de “¡Sigan apartándose de mí!”, “Ya se han apartado, ¡No dejen de hacerlo!”.

Aplicación

Lucas 10:20 RVR60
Pero no os regocijéis de que los espíritus se os sujetan, sino regocijaos de que vuestros nombres están escritos en los cielos.
La única manera de entrar al reino de los cielos es por medio del cumplimiento de la voluntad de Dios, no la ley, sino la voluntad de Dios. La voluntad de Dios tiene que ver con que uno crea en su Hijo (Jn 6:29; 39-40).
Debemos recordar que el cristiano es llamado a obediencia por medio de la santificación (He 5:9).